paranoica fierita
El siguiente texto lo disfruté en la edición en papel de la revista Número, numero no sé qué, y luego lo fusilé de la página web de la misma, porque por supuesto nunca compré la revista, la leí en el estante de una librería y allí mismo la dejé, violada pero sin señas aparentes:
Para Fito Paéz de Paranoica Fierita.
Texto y fotografías de Sandro Romero Rey
Una fan de Fito Páez
escribe sobre sus experiencias, amores y desdichas a través
de la voz de Sandro Romero, escritor, dramaturgo y amante de la música
(...) Furiosa, me encerraba en las tardes en mi cuarto, desconectaba el teléfono y me quedaba como boba viendo las carátulas de los discos de Fito e imaginándome barbaridades. Hasta risa me daba ver a Fito encartado con mis nalgas, sudando la gota gorda, con la voz tembleque, como cuando canta. Miraba y miraba sus carátulas y combinaba esa consoladora sensación que va entre la felicidad y la tristeza. Eso me hacía plena. Chéveres las carátulas de Fito. Ideas así estaban en mi cabeza, cuando se vino el asunto de Cecilia Roth y mi vida se fue a pique. A mí no me importaba que el bobo ese se hubiera enamorado de Joaquín Sabina y hubiese sacado el maldito álbum de la sal y la pimienta. Yo sabía desde un principio que eso iba a terminar mal y mal terminó. Lo que no podía soportar era la lamida de culo a la actricita de mediopelo de la que se enamoró, cantándole a ella que «duerme bien acompañada, porque a menudo la acompaño yo»; muy chistosito, eso no se le hace a nadie, Fito Páez, la libertad tiene sus límites y a mí me respetás, te perdono tus delírium trémens y tus lluvias de semen y tus borracheras con el poeta madrileño. Pero no me soporto tu romance con esa bruja que te va a dejar mal parado. Lloré una semana entera. Mi papá entró una noche a mi cuarto y me preguntó que qué me pasaba y me tocó echarle una mentira de tres pisos, pero no me resistí a la tentación de decirle que la razón de mis tormentos se llamaba Cecilia Roth. «Ah», me dijo. «Debe ser parienta de Boris Roth». Y se fue a dormir. ¿Boris Roth? ¿Qué quiso decir con eso? No, no me consolaron tus palabras, papá. Por el contrario. Fui a regañadientes a ver Martín (Hache), por pura solidaridad con Fito, pero no quise dar ningún comentario al respecto y no quise repetirla. A veces la veo en video en mi casa, pero me muerdo la palma de las manos para no insultar a la que sabemos. No la voy a volver a nombrar. Mil dólares al que pronuncie la palabra Cecilia. Mil dólares. Y aparte. Mi reconciliación fue a ojo cerrado, un añito antes de que se acabara el milenio, con la venida al mundo de Abre, su mejor disco. Al fin sacó una carátula bonita, al fin una obra maestra, al fin me daba la cara y me miraba frente a frente. Me sentí orgullosa de tener en mi vida a un hombre como Fito Páez. Nunca fui tan feliz como en el lanzamiento de Abre. Allí me di cuenta de mi dimensión de esposa. Además, ahora lo pienso, la razón por la que me metí al coro de la Universidad de los Andes era porque yo quería ser Fabiana Cantilo. Yo soy afinadísima, a pesar de mí misma. Hago segundas voces porque en mi casa cantaba a los gritos, con mi papá en el acordeón. Y a mí me divertía hacer variaciones con la boca abierta, sin saber que, algún día, iba a ser la corista del flaco que ya amaba. Pero bueno, se me están atravesando los cables. Sería bueno revisar los archivos de la oficina de Fito, porque el famoso concierto de las cinco canciones fue después del concierto de Abre. Y lo sé, porque a Abre, también en el Palacio de los Deportes, fui sin Chiqui. Allí estuve, no me lo van a creer, con el director del coro de la universidad, que por esos asuntos del destino comenzó a aletearme con segundas intenciones. Yo me dejé llevar. Él trataba de que yo leyera a un tal Hölderlin y yo, muy tímida, le insistía en que oyéramos los discos de Fito Páez juntos. Para mi sorpresa, el hombrecito muy comprensivo él quedó impresionado con los arreglos de Euforia y me dijo, en secreto, que ese muchacho podía llegar a ser un clásico. Yo me acosté con él, no voy a decir mentiras. Si Fito se acostaba con mil dólares, por qué yo no iba a acostarme con mi maestro. Y fue rico. Los hombres de cuarenta años hacen unos esfuerzos sobrenaturales para que uno sea feliz. Y lo consiguen, no voy a decir que no.
Lo que pasaba era que yo no quería felicidad por aquellos días, sino canciones. El director del coro me sorprendió con las boletas de Abre y, como marido y mujer, entramos triunfantes al Palacio. ¡Ja! «Me imagino la cara de ira del pobre Fito Páez cuando me vea», pensé. Nos hicimos adelante, muy adelante. El director del coro, al que yo llamaba «el profesor literario», encendió su pipa y se quedó a prudente distancia, para observar el fenómeno. Cuando se apagaron las luces y los chiflidos atacaron los tímpanos, a mí se me volvió a correr la teja. Me olvidé de todo y de todos, me olvidé del profesor literario, de Chiqui, de los amaneceres azules. Todos los músicos estaban vestidos de blanco y negro y el señor Páez estaba de rojo muy intenso. Se había cortado el pelo y se veía más reposado, más satisfecho con él mismo. Comenzaron con Abre, la canción que abre Abre. Y otra vez la sorpresa, porque todas las bogotanas arrechas del público ya se sabían cada uno de los suspiros del álbum. Me hice la digna y no canté ni una sola palabra. Pero Fito me arrastró, no puedo evitarlo. Al final ya estaba yo azotando el piso con mis patadas de protesta y berreando las letras, como la niña de El exorcista. Todo el mundo me abrió campo, la poseída y el profesor literario se hizo el loco, me imagino; no lo volví a ver. Cuando Fito tomó su guitarrita y me dedicó Al lado del camino, pues otra vez caí rendida en sus brazos, aunque yo no estaba de acuerdo con muchas de sus palabras y la canción me parecía demasiado dylanesca.
El maldito se las trae, supo atacarme por donde más me gusta, por mi lado más flaco, nuestro cuarto de hora, hermosura; abrí los brazos hacia él como una virgen de pueblo y lo perdoné, mientras meneaba la cabeza de un lado para el otro, «la noche entre el whisky y la coca», lo que quieras, Fito Páez, aquí está tu magdalena sangrante, cuando quieras nos desnudamos y le subimos el volumen a Desierto, para que llueva arena sobre nuestra piel, para que el pelo nos sepa a guitarras, es sólo una cuestión de actitud, el Palacio de los Deportes entero aplaudió mi decisión y yo di discretas venias, sin querer aprovecharme de las circunstancias, vos sos el protagonista, Fito, eso lo tengo muy claro, pero hay que poner los puntos sobre las íes, no te podés pasar la vida entera en tu torre de cristal, acá abajo los mortales sudamos y botamos lágrimas y nos sentimos afectados cuando te portás mal, ya tuviste tu merecido, pero se te abona a la cuenta de Villa dEste el hecho de que hayas regresado a Bogotá y me hayas dedicado unas canciones de desagravio, yo esas cosas las tengo en cuenta. Creo que nunca he sido más feliz que la noche de Abre. Ese día entendí que a los conciertos de rock hay que ir sola, sin ningún perro que te ladre. El profesor literario lo aceptó y se retiró en el momento en que Fito empezó a repasar su repertorio de viejos temas. Supongo que golpeó su pipa contra el tacón de los zapatos y se retiró, se fue a su casa y se desintegró oyendo a gritos el Réquiem de Fauré. Yo no quise volver al coro, pero él me siguió llamando. Creo que le costaba mucho trabajo el hecho de aceptar que yo lo cambiase por Fito Páez. A ratos pienso que quería que le devolviera la plata de la boleta del concierto. Eso para él representaba un gran esfuerzo económico y los discos de música clásica estaban carísimos. Pero me hice la boba, ni más faltaba. Volvamos más bien al Palacio de los Deportes, porque Fito no se fue tan rápido, qué va, lo mejor estaba por venir, lo mejor fue cuando cantó La casa desaparecida y yo se la recité de memoria. Bueno, esa historia ya la conté en algún otro momento y no pienso desgastarme repitiéndola. Aunque mi cima, mi entrada al cielo de Fito Páez ocurrió con La despedida, que el imbécil ese me cantó con terceras intenciones. Con tales actitudes no estoy de acuerdo, así no se trata a una niña de mi condición. Yo sé que andás muy subidito porque Phil Ramone te está parando bolas, pero yo te conocí primero, me muero de la pena, Phil Ramone que haga cola, porque en el principio no había nada, hasta que llegué yo. Pero Fito, por Dios, te insisto en que el disco me encantó, no te hagás el mártir, si hay que llevarse uno de tus álbumes al averno pues yo me llevaré éste, de eso no te quepa la menor duda. Cuando terminó el concierto, me tiré en el piso con los brazos abiertos y los ojos cerrados, mientras el público desocupaba el coliseo. Sentí los pasos de bisontes que se iban alejando y me dio un ataque de risa de sólo pensar que Adolfito se iba a bajar del escenario y me iba a besar sin contemplaciones en mitad de la pista. Pero, por supuesto, eso no sucede nunca, ni en las películas que tanto le gustan al caballero. Entre otras, creo que soy la única defensora de sus filmes, incluso La balada de Donna Helena, de la cual me considero su única espectadora colombiana. Y bueno, ya que tocamos el tema: lo que no tiene perdón de nadie es cómo trataron Vidas privadas en tu adorada Argentina. ¿Quién te mandó nacer en ese país de envidiosos? Yo prefiero mil veces tu opera prima antes que el Martín (Hache) ese. Pero claro, al caído caerle; aquí en Colombia se dice «dar papaya», el undécimo mandamiento. Fito Páez, se te vinieron encima, por mucha Cecilia Roth (¡mil dólares!) y mucho Gael García que les pusieses por delante, te iban a acabar y te acabaron. A mí me pareció muy buena, Fito, esa historia de Edipo en el cono sur, tragedia griega convertida en elegía a los desaparecidos, muy bonita, muy conmovedora. Y no se siente tu mano, es lo más interesante. Nadie me va a decir que el director de Vidas privadas es el mismo que escribió Rey sol. Si no fuera por Cecilia Roth, uno no sabría que el hombre de mis pesadillas es el mismo que dirige películas comprometidas y le canta a la Buena estrella. Pero sale, nos estamos desviando.
Después del concierto de Abre, se selló mi buena fortuna. Yo sabía que no podía ponerme a pelear contra Fito Páez porque Fito Páez iba a seguir allí, cuidándome, dándome canciones, sonriendo pasito y moviendo su cabeza como muñeco de ventrílocuo. Terminé la universidad con todos los honores y me dio cierta tristeza, el día de mi grado, ver al profesor literario dirigiendo el himno nacional de la república de Colombia con las manos temblorosas, porque sabía que yo andaba por allí, con toga y birrete, mirándolo con pesar. Ese día Chiqui volvió a cruzarse en mi camino. Después entendí que empujado por mis papás, porque era el único hombre que me habían conocido y era el único al que le tenían confianza. Nos fuimos a celebrar, él y yo, tras la champañita de rigor en mi casa. Bebimos como cosacos y terminamos borrachos en el Hotel Babilonia, en el cuarto en el que siempre se queda Fito Páez. Eso a Chiqui no le importaba. Al contrario. Creo que le fascinaba la idea del ménage à trois con mi marido argentino. Volvimos a nuestras andanzas y yo volví a recuperar su confianza. La verdad es que Chiqui, con el correr de los años, tenía toda la infraestructura para convertirse en un mal necesario. Como yo no envejezco, porque soy un personaje literario, Chiqui también se podía dar el lujo de permanecer cejijunto y despistado, como en los tiempos en que lo vi por primera vez. Chiqui le tenía una explicación a todo y entendía mi comportamiento con una lista de términos reveladores, los cuales iban desde la ausencia de la figura paterna hasta el síndrome de Ulises, que nunca me quiso explicar. Yo supuse que me llamaba así por el canto de las sirenas, pero Chiqui me acabó con su comentario: «No sea tan simplista, señorita». Me estampilló un beso en la mejilla y asunto cerrado. La crisis volvió a atacarme los occipitales cuando se publicó El diablo de tu corazón, el disco sencillo con Fito y su barbita de adolescente en la carátula. La canción, idéntica a El amor después del amor, me puso a bailar encima de las mesas. Pero cuando salió el álbum y me tocó soportarme el culito de su hijo, la peluca de Billy Preston y el amarillo pollito del fondo, salí a la calle gritando a los cuatro vientos que ese disco era una estafa. El peor de Fito Páez. Y me negué a oírlo. Pero eran celos, no voy a negarlo. Yo no me aguanto a su niñito. Para colmo, según me cuentan en las revistas, dizque el Martincito ese es in-so-por-ta-ble. Pero volvió la noticia, se repitió el acontecimiento y se corrió la bola del regreso de Fito para promocionar su Rey sol. Entonces me tocó tragarme mis palabras y aprenderme las canciones, porque no hay nada peor que llegar a un estadio sin saber lo que se está cantando: es como llegar al cine veinte minutos después de empezada una película: todo es muy bonito, pero no se entiende nada. De nuevo, me tocó morderme el codo de la ira. El álbum me encantó y dos días antes andaba por las calles de Bogotá con una luz de leche sobre mi cuerpo y tarareando Dale loca y Vale, la canción que le hizo a Charly García, luego de que éste se tirase de un noveno piso. Pero pasó lo que no tenía que pasar. En aquellos días de libertad incondicional, me dio por abusar de la botella, y el día del Rey sol me sentí Luis XIV y me bebí, antes del concierto, tres botellas de vino. El vino me entró por el camino del inca y, a la hora de partir, se me fueron las luces. Chiqui insiste en consolarme con el cuento de que me había llevado al concierto. Me pinta con lujo de detalles la entrada triunfal al Palacio de los Deportes, los aplausos que recibimos, las muecas de complacencia de Fito Páez semibarbado. Aunque no tengo ninguna conciencia de lo que pasó esa noche, me imagino que lloré, sobre todo con Lleva, que me pone sentimental. Pero eso de las borracheras no se lo recomiendo a nadie. Y esa noche las consecuencias fueron nefastas. Amnesia trémens. Yo le pido a Chiqui que no me cuente muchas cosas de ese día, porque puedo entrar en una depresión profunda. Sin embargo, Chiqui insiste en reírse e inventarse anécdotas, recordarme que me subí al escenario y canté Cable a tierra en el micrófono y que Fito me dio las gracias con un beso en la mejilla. Pura paja. Pero ahora la gente me mira por la calle más de la cuenta y yo he empezado a dudarlo. ¿Y qué tal que sea verdad? ¿Qué tal que me esté volviendo el hazmerreír del barrio por culpa de mis excesos alcohólicos? Creo que olvidarme por completo del concierto del Rey sol me hizo tomar una decisión radical: me fui a vivir con Chiqui a un apartamento en Chapinero. Mis papás no dijeron nada, pero me despidieron con lágrimas, como si me fuera a vivir a la Luna. En Chapinero tuve días de pesada calma y de hormigas debajo de la falda. Me dediqué a escribir una tesis infinita sobre la legislación cinematográfica en Colombia, más para dilatar el tiempo que por convicción de abogada. Pero mi cabeza ya estaba en otra parte. Creo que el concierto de las cinco canciones fue por aquellos días y luego vino la noticia de la independencia de Fito, de su separación de Warner y de Cecilia. Fito Se exilia. Reí a carcajadas y no opiné más sobre el asunto. Meses después me llegó por contravía Naturaleza sangre y una vez más el tiempo me dio la razón. Yo ya estaba lejos de sorprenderme. Ya sabía que cualquier cosa que escupiese ese cretino iba a ser una obra maestra. Y su nuevo disco lo corroboraba a leguas. Cuando Chiqui llegó al apartamento con la cajita rojiblancoynegra, con la carita de mártir del pobre Fito, barba de jesucristosuperestrella y goticas escarlatas cayendo sobre el cartón, supe que me iban a revolcar las entrañas otra vez. Y me las revolcaron de principio a fin. Chiqui no pudo decir ni mu, porque la dicha saltaba a la vista, con el aliciente de ser un disco de argentino despechado, esto es, que no reconoce su derrota, pero se le cuela por los bordes, se le siente en cada dejo, en cada gemido, en cada rincón de sus teclados. Una semana después, Chiqui llegó con las boletas del concierto. Le di las gracias de todo corazón, pero le dije que prefería ir sola. Que tenía que ir sola y él debería entender muy bien las razones. Chiqui, que le encanta agachar la cabeza, dijo que sí, que claro, que por supuesto. Pero llegó, perrito faldero, a la hora menos indicada, a vigilarme la espalda. El escenario era en forma de T y Fito apareció en la horizontal, frente a su teclado, o sea que lo tuve todo el tiempo en mis narices. Arrancó con Nuevo, que es una canción compuesta para arrancar un concierto y yo grité como si me estuvieran torturando. Quiubo, mijo, por qué se demoró tanto. Fue tal mi emoción, que Chiqui se me acercó por detrás y me cargó en los hombros. O sea que el pobre Fito tuvo que soportarme todo el tiempo en sus narices, nunca lo había tenido tan cerca. Siguió con Salir al sol, que a mí me había parecido un poco mamertoide, una canción compuesta como para que se volviera el himno de la República Argentina, una vez que Fito Páez fuese proclamado presidente. Pero bueno, al hombre se le perdona, hay que entender que se la pasa en Cuba, «hoy elegís un país, podés cambiar este gris, ahora o no lo hacés más» y yo brincaba, la cancioneta sonaba fantástico en directo, «yo no me banco el dolor, que me cargan en la espalda» y Chiqui también brincaba con el dolor que le cargaban en su espalda. Y aquí vino la tapa del chico de la tapa. «He escogido a Bogotá para la grabación de mi próximo vídeo», dijo Fito. «Ustedes me van a perdonar si repito esta canción una vez más, pero creo que es por una causa noble», agregó, palabras más, palabras menos. Claro, Fito, claro que te damos permiso, no te preocupés, estás en tu casa, Bogotá, del putas, Bogotá. La canción era, cómo no, Volver a mí, como si no hubiese salido nunca de él mismo, ay, Fito, cuándo vas a cambiar, te he dicho treinta mil veces que no seas exagerado, «tenías que fallarme así, no es fácil hacerme sufrir»; cuando la cámara estaba detrás de mi cantante y su lente estaba frente a mí, yo moví los brazos como un náufrago e hice todas las señales posibles, qué tal que salga en MTV, qué tal que salga celebrando la canción de mi marido, esto no me lo va a creer nadie. Chiqui se empeñaba en saltar para que yo fuese el centro del clip, para que borrara la presencia de Fito Páez con mi entrega, para que el mundo entero supiera dónde quieren de verdad a los miserables. La primera toma salió aceptable, aunque un poco más acelerada que la versión del disco, porque Vadalá se empeñó en meterle impaciencia al bajo y, bueno, a Fito no es sino que le digan «corré» y Fito correrá toda la noche, eso lo sabemos. Pero volvamos, volvamos. Fito se acomodó en su silla y comenzó su viaje al pasado con Giros, la pausa que refresca, los viejos destellos de mis paseos latinoamericanos, mis besos bellos en la memoria; gracias, señor Páez, por su comprensión. Más adelante, quise quebrarle la clavícula a Chiqui y lo conseguí sin problemas, porque la orquesta se largó con El diablo de tu corazón y el diablo de mi corazón estaba haciendo de las suyas, dientes afilados, cola de azufre y charco de satisfacción entre mis piernas, Chiqui dijo «¡auch!» y trató de tirarme al piso, pero yo me le aferré a su melena y permanecí firme, como Polifemo, de un solo ojo. Qué fiesta la de Fito Páez. Bogotá estaba en su bolsillo y al muchacho le dio risa cuando me miró, flaca, qué haces, bajate de esa nube que aquí estoy sho, sho sé muy bien quién sos vos y esta noche me la vas a pagar, ¿me oíste? Claro que te oí, miserable, pero cumplí con tus obligaciones y ponete a cantar, a cantar te trajimos y cantar es lo que tenés que hacer, boludo, cogé tu guitarrita de palo y cantá Bello abril que me pone retrechera y me hago la difícil, me vuelvo Fonzi, «dios santo, qué bello abril», me acuerdo del día de tu cumpleaños, Fito, me acuerdo no sé por qué, no tiene nada que ver, pero el día de tu cumpleaños es el día de mis mejores recuerdos, oigo tus obras completas y ahora puedo terminar con Bello abril porque me vuelvo como una mata de nervios y a mí los nervios me fascinan. «¿Puedo descansar?», me preguntó Chiqui y yo le dije que sí, que no había problema. Además seguiste con El centro de tu corazón y allí uno puede bailar en el piso con los ojos cerrados. Qué cantidad de corazones hay en tu repertorio, Fito, parecés hijo de Rod Stewart. Cuando volviste a tu territorio automático y te arrojaste al precipicio de Cadáver exquisito mi alma dijo «aquí fue Troya» y Troya fue. Troya fue el Palacio de los Deportes y yo la yegua de Troya.
Volví a treparme en los hombros del alucinado Chiqui y los dos coreamos el salmo de Fito para que supiera que lo que él escribe en sus periqueras no pasa en vano. Lo repetiremos una y otra vez como las mentes pasadas, como las mentes pesadas. Aplausos, ovaciones, después de cada canción. ¿No se cansa la gente de aplaudir? Siempre lo mismo: canción, aplausos, chiflidos, ovación. Canción, aplausos, chiflidos, ovación. ¿Por qué no se quedan callados? Dejen a Fito hacer su trabajo en silencio, él no necesita de nosotros. Mierda. Presentí entonces, por la carita de yonofuí, que el señor de mis anillos se iba a lanzar sin salvavidas con La despedida. Y, por supuesto, La despedida cantó y yo la adiviné, porque yo soy la narradora de esta historia y puedo adivinarlo todo, todopoderosa. Lloré de risa con La despedida. Yo creo que Fito se molestó un poco con mis carcajadas, porque interrumpió la canción y la empató con Los buenos tiempos de Charly, que no creo que estuviera en el programa. Fito, ¿qué es eso? ¿Por qué me hacés esas cosas? Está bien, está bien, gatita, no sigo, te mando ésta más bien, ¿te la sabés? Pero... ¿vos me creés imbécil, Fito? Esa es El amor después del amor, que se la sabe hasta el profesor literario, no tehagás el cretino. Pero claro, te la bailo también. Lo que me toqués, yo te lo bailo. Descarga final, aguacero final. Fin de la primera parte. Un respirito, para que el respetable se sienta a gusto con 11 y 6 que, si no la canta, le incendian el piano. Yo debo confesar que no le había parado muchas bolas a la letra y, ahora que me la explican, pues como que acepto muy bien que es la prehistoria de El chico de la tapa. Y, of course, my horse, siguió El chico de la tapa, con su mundo hecho de hijos de puta y su frenética embestida para equilibrar de nuevo las energías. Vos sos un duro, Adolfito, te las sabés todas. Una vez con los pedales bien puestos, volviste a tu nuevo álbum y te arriesgaste con Música para camaleones, título que ya había visto en la biblioteca de mis papás, años atrás. Me entró como un sustico de que el concierto se fuera a acabar, porque ese es el tema que cierra el disco; «hay un tren que va directo al centro del amor», qué dicha tener el tren de Fito Páez adentro, Chiqui lo sintió en su cabeza y me dijo «pilas, que aquí estoy yo» y me contuve, no quise expresar más mis emociones, porque pailas, porque una ya no puede tener vida privada, se las pillan todas. Fito notó que me había dado un nosequé ante la sospecha de su partida, así que con Vadalá se puso a cantar Tus regalos deberían de llegar, con su «de» que no me cabe, y Te vi, que es como un susurro para espantar malos fantasmas, y Shes mine, que me sabe a recuerdos sin cara y bueno. No me acuerdo de más. Vadalá volvió a su sitio, yo salté al piso y me preparé. Pero Fito, por favor, ¿qué es eso de seguir el concierto con Brillante sobre el mic? Ya sé que te sentís el más brillante sobre el mic, pero esa canción no me la restregués en la cara, que vos sabés que me estás mandando mensajitos en clave Morse y no te puedo cantar la tabla en público. Esperate que terminés y nos veremos las carátulas. ¡Ay, Fito, vos no tenés arreglo! Me dañaste la noche. No. Y no la vas a arreglar con esa versión rasgada de Tumbas de la gloria, a mí no me comprás con tus himnos, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, te podés ir arrodillando, porque me estás empezando a insultar, no se meta, Chiqui, que esto no es con usted, es un problema entre Fito Páez y yo, no me den cuerda, porque comienzo a contar verdades, camine vámonos, me dijiste, Chiqui, pero yo de aquí no me muevo, me quedé fija, estática, hierática, mirando a los ojos de Fito Páez, mordiéndome los labios cuando cantó Circo beat y se puso como inseguro, cambió de tema, le tocó aferrarse a «Tercer mundo» para no caerse de la tarima, de la T, de la T de cobre en la que estaba parado, estatua de bronce. Yo estaba echando chispas de la piedra y, mientras más le daba al teclado, más rabia me daba. Cuando cogió la guitarra y me dedicó Ciudad de pobres corazones no aguanté más. Me subí de nuevo en los hombros de Chiqui y le mostré los dedos corazones de mis dos manos al imbécil de Fito Páez, estás jugando conmigo, ¿no? Pues vas a ver lo que puede hacer una mujer herida. Sí, muy bonito y muy juicioso, cantando Mariposa tecknicolor, pero no quiero oírte más las mismas putas canciones de siempre, no quiero que me estafés con el mismo sonsonete, no me aguanto más tu farsa, ya te las perdoné todas, pero esto sí ya es el colmo, mirame a los ojos, mirame a los ojos o no respondo. ¡Fito! ¡Fito! Que no cantés Naturaleza sangre, que sin Charly esa canción es como huevo sin sal, sin sal ni pimienta, ¿te la pillás, te la pillás? Quién te manda a mandarme mensajitos por debajo de la mesa, yo me doy cuenta de todo, yo soy muy inteligente, me he leído todos los libros del mundo, he oído todos los discos del mundo y te conozco, mosco, el mundo está hecho de hijos de puta y no voy a morir de amor. Está bien, te doy permiso de terminar, podés cantar A rodar mi vida, pero a la salida nos vemos. Ah. ¿Te da miedo? ¿Que vas a repetir Volver a mí? ¿Para el video? Pues repetila, pero no te vas a librar de lo que te voy a decir, ¿me oíste? ¿Que qué? ¿Que la vas a cantar por tercera vez? ¡Gallina! ¡Pues ahora me cago en tu video! Mirá: esa histérica que está detrás tuyo, esa soy yo, la princesa de Chapinero, el almohadón de plumas, la reina de sus progenitores, la bodeguita del medio, la sombra de una duda, la barca sin pescador. No te vas a quedar a vivir en ese escenario, Fito, no creás que te las perdono todas con esa versioncita desganada de Dar es dar, a mí me respetás. Son años, ¿me oíste? Años y años de perdonarte una y otra vez, pero ahora las cosas son a otro precio. ¿Fito? ¡Fito! ¡Para dónde vas! Para dónde vas, ¡maricón! Pues claro que dedicarle el concierto a Fernando Vallejo sólo es cosa de maricas, qué mas querés que piense, vení dame la cara, que no quiero ponerte en problemas. Está bien. Está bien. Ya vas a ver. ¡No! ¡No me detengan! No me encierren en el círculo de baba, canten todo lo que quieran pero me puedo escapar en el convertible de Thelma y Louise, joder al que se me atraviese, llover sobre mojado, despertar a Walt Disney, cantarles salsa, tango y guaguancó, samba de mi esperanza, clavarme tres agujas, viejo mundo, soy la peor sílfide, la mejor esclava, a mí no me van a sacar del estadio a patadas, que los divierta su madre, no ven que me las sé todas, ¿dónde se ha visto que miento? Tengo la prueba reina, el sable chino, yo vengo a ofrecer mi corazón, no tomen decisiones apresuradas, que por aquí, por las cloacas, rondan Narciso y Quasimodo y yo tengo la sombra de Narciso y la envidia de Quasimodo, nada más preciado para mí, me tomaron por los hombros y me sacaron a gritos, que le digan a Fito Páez que me mire a la cara, que no sea correcaminos, que no se haga el rosarino en Budapest, que yo tengo derecho a que me miren, Vadalá, ¿a dónde hemos llegado? Bailando hasta que se vaya la noche, me escupieron en la cara y me dejaron un ojo morado, chao, hasta luego, buenas noches, pompa bye bye, así quedé, como el manto de la Verónica, como un pétalo de sal y pimienta, yo no quiero nada del mundo real, a mí que me esculquen, van a dejarme partir, porque yo soy lo que el viento nunca se llevó, la Scarlett OHara de los pobres, el brillo del rey Sol, la que se enreda en su propia enredadera, hay gentes así y si Fito Páez los mandó por mí, sus razones tendrá, pero es un cobarde, porque me dedica trescientas canciones y luego se hace la loca, luego me da la espalda y se dedica a tener hijos. ¿Que me vaya? ¿Que me vaya? Pues, si es a las patadas, me voy. No importa. Yo tengo paciencia y en algún momento, cuando menos lo piensen, voy a aparecer detrás de Fito Páez, en el video de sus sueños allá en Bogotádelputasbogotá, allá donde no se duerme porque siempre hay una cuchilla, un polvo, un cuello, un vaso y una cama para terminar las melodías.
Todo sucedió muy rápido. Cuando llegamos al apartamento, Chiqui se sirvió un trago y yo, sin pensarlo dos veces, lo saqué de circulación. Naturaleza sangre. Por suerte había renovado mi visa europea, ahora está muy difícil entrar a España. No le di tiempo a nadie para reaccionar. Llegué a Barajas bien dormida, la ventaja de volar de noche. Poco a poco me fui instalando y a la semana ya andaba cantando por las calles. En Madrid me dijeron que Sabina estaba muy enfermo y que había dejado el tabaco y el alcohol. Ni me preocupé por visitarlo, él sabrá cavar su propia tumba. Supe de la gira de Fito gracias a una de sus cuñadas. La policía como que anda pisándome los talones, pero yo sé muy bien hacer mis jugarretas. Ahora estoy aquí en Barcelona, esperando el concierto del Razzmatazz. No se ha vendido muy bien. Fito: la gente entra en cámara lenta, desconfiada. Ni sombras con lo que pasaba en Bogotá, cuando yo te llevaba, cinco, siete, diez mil personas. Eso nunca me lo vas a agradecer. Veamos: ésta es la única puerta por la que podés entrar, así que no hay posibilidad de escape. Lo siento, Fito, pero nadie puede, ni nadie quiere, vivir, vivir sin amor.
Para Fito Paéz de Paranoica Fierita.
Texto y fotografías de Sandro Romero Rey
Una fan de Fito Páez
escribe sobre sus experiencias, amores y desdichas a través
de la voz de Sandro Romero, escritor, dramaturgo y amante de la música
(...) Furiosa, me encerraba en las tardes en mi cuarto, desconectaba el teléfono y me quedaba como boba viendo las carátulas de los discos de Fito e imaginándome barbaridades. Hasta risa me daba ver a Fito encartado con mis nalgas, sudando la gota gorda, con la voz tembleque, como cuando canta. Miraba y miraba sus carátulas y combinaba esa consoladora sensación que va entre la felicidad y la tristeza. Eso me hacía plena. Chéveres las carátulas de Fito. Ideas así estaban en mi cabeza, cuando se vino el asunto de Cecilia Roth y mi vida se fue a pique. A mí no me importaba que el bobo ese se hubiera enamorado de Joaquín Sabina y hubiese sacado el maldito álbum de la sal y la pimienta. Yo sabía desde un principio que eso iba a terminar mal y mal terminó. Lo que no podía soportar era la lamida de culo a la actricita de mediopelo de la que se enamoró, cantándole a ella que «duerme bien acompañada, porque a menudo la acompaño yo»; muy chistosito, eso no se le hace a nadie, Fito Páez, la libertad tiene sus límites y a mí me respetás, te perdono tus delírium trémens y tus lluvias de semen y tus borracheras con el poeta madrileño. Pero no me soporto tu romance con esa bruja que te va a dejar mal parado. Lloré una semana entera. Mi papá entró una noche a mi cuarto y me preguntó que qué me pasaba y me tocó echarle una mentira de tres pisos, pero no me resistí a la tentación de decirle que la razón de mis tormentos se llamaba Cecilia Roth. «Ah», me dijo. «Debe ser parienta de Boris Roth». Y se fue a dormir. ¿Boris Roth? ¿Qué quiso decir con eso? No, no me consolaron tus palabras, papá. Por el contrario. Fui a regañadientes a ver Martín (Hache), por pura solidaridad con Fito, pero no quise dar ningún comentario al respecto y no quise repetirla. A veces la veo en video en mi casa, pero me muerdo la palma de las manos para no insultar a la que sabemos. No la voy a volver a nombrar. Mil dólares al que pronuncie la palabra Cecilia. Mil dólares. Y aparte. Mi reconciliación fue a ojo cerrado, un añito antes de que se acabara el milenio, con la venida al mundo de Abre, su mejor disco. Al fin sacó una carátula bonita, al fin una obra maestra, al fin me daba la cara y me miraba frente a frente. Me sentí orgullosa de tener en mi vida a un hombre como Fito Páez. Nunca fui tan feliz como en el lanzamiento de Abre. Allí me di cuenta de mi dimensión de esposa. Además, ahora lo pienso, la razón por la que me metí al coro de la Universidad de los Andes era porque yo quería ser Fabiana Cantilo. Yo soy afinadísima, a pesar de mí misma. Hago segundas voces porque en mi casa cantaba a los gritos, con mi papá en el acordeón. Y a mí me divertía hacer variaciones con la boca abierta, sin saber que, algún día, iba a ser la corista del flaco que ya amaba. Pero bueno, se me están atravesando los cables. Sería bueno revisar los archivos de la oficina de Fito, porque el famoso concierto de las cinco canciones fue después del concierto de Abre. Y lo sé, porque a Abre, también en el Palacio de los Deportes, fui sin Chiqui. Allí estuve, no me lo van a creer, con el director del coro de la universidad, que por esos asuntos del destino comenzó a aletearme con segundas intenciones. Yo me dejé llevar. Él trataba de que yo leyera a un tal Hölderlin y yo, muy tímida, le insistía en que oyéramos los discos de Fito Páez juntos. Para mi sorpresa, el hombrecito muy comprensivo él quedó impresionado con los arreglos de Euforia y me dijo, en secreto, que ese muchacho podía llegar a ser un clásico. Yo me acosté con él, no voy a decir mentiras. Si Fito se acostaba con mil dólares, por qué yo no iba a acostarme con mi maestro. Y fue rico. Los hombres de cuarenta años hacen unos esfuerzos sobrenaturales para que uno sea feliz. Y lo consiguen, no voy a decir que no.
Lo que pasaba era que yo no quería felicidad por aquellos días, sino canciones. El director del coro me sorprendió con las boletas de Abre y, como marido y mujer, entramos triunfantes al Palacio. ¡Ja! «Me imagino la cara de ira del pobre Fito Páez cuando me vea», pensé. Nos hicimos adelante, muy adelante. El director del coro, al que yo llamaba «el profesor literario», encendió su pipa y se quedó a prudente distancia, para observar el fenómeno. Cuando se apagaron las luces y los chiflidos atacaron los tímpanos, a mí se me volvió a correr la teja. Me olvidé de todo y de todos, me olvidé del profesor literario, de Chiqui, de los amaneceres azules. Todos los músicos estaban vestidos de blanco y negro y el señor Páez estaba de rojo muy intenso. Se había cortado el pelo y se veía más reposado, más satisfecho con él mismo. Comenzaron con Abre, la canción que abre Abre. Y otra vez la sorpresa, porque todas las bogotanas arrechas del público ya se sabían cada uno de los suspiros del álbum. Me hice la digna y no canté ni una sola palabra. Pero Fito me arrastró, no puedo evitarlo. Al final ya estaba yo azotando el piso con mis patadas de protesta y berreando las letras, como la niña de El exorcista. Todo el mundo me abrió campo, la poseída y el profesor literario se hizo el loco, me imagino; no lo volví a ver. Cuando Fito tomó su guitarrita y me dedicó Al lado del camino, pues otra vez caí rendida en sus brazos, aunque yo no estaba de acuerdo con muchas de sus palabras y la canción me parecía demasiado dylanesca.
El maldito se las trae, supo atacarme por donde más me gusta, por mi lado más flaco, nuestro cuarto de hora, hermosura; abrí los brazos hacia él como una virgen de pueblo y lo perdoné, mientras meneaba la cabeza de un lado para el otro, «la noche entre el whisky y la coca», lo que quieras, Fito Páez, aquí está tu magdalena sangrante, cuando quieras nos desnudamos y le subimos el volumen a Desierto, para que llueva arena sobre nuestra piel, para que el pelo nos sepa a guitarras, es sólo una cuestión de actitud, el Palacio de los Deportes entero aplaudió mi decisión y yo di discretas venias, sin querer aprovecharme de las circunstancias, vos sos el protagonista, Fito, eso lo tengo muy claro, pero hay que poner los puntos sobre las íes, no te podés pasar la vida entera en tu torre de cristal, acá abajo los mortales sudamos y botamos lágrimas y nos sentimos afectados cuando te portás mal, ya tuviste tu merecido, pero se te abona a la cuenta de Villa dEste el hecho de que hayas regresado a Bogotá y me hayas dedicado unas canciones de desagravio, yo esas cosas las tengo en cuenta. Creo que nunca he sido más feliz que la noche de Abre. Ese día entendí que a los conciertos de rock hay que ir sola, sin ningún perro que te ladre. El profesor literario lo aceptó y se retiró en el momento en que Fito empezó a repasar su repertorio de viejos temas. Supongo que golpeó su pipa contra el tacón de los zapatos y se retiró, se fue a su casa y se desintegró oyendo a gritos el Réquiem de Fauré. Yo no quise volver al coro, pero él me siguió llamando. Creo que le costaba mucho trabajo el hecho de aceptar que yo lo cambiase por Fito Páez. A ratos pienso que quería que le devolviera la plata de la boleta del concierto. Eso para él representaba un gran esfuerzo económico y los discos de música clásica estaban carísimos. Pero me hice la boba, ni más faltaba. Volvamos más bien al Palacio de los Deportes, porque Fito no se fue tan rápido, qué va, lo mejor estaba por venir, lo mejor fue cuando cantó La casa desaparecida y yo se la recité de memoria. Bueno, esa historia ya la conté en algún otro momento y no pienso desgastarme repitiéndola. Aunque mi cima, mi entrada al cielo de Fito Páez ocurrió con La despedida, que el imbécil ese me cantó con terceras intenciones. Con tales actitudes no estoy de acuerdo, así no se trata a una niña de mi condición. Yo sé que andás muy subidito porque Phil Ramone te está parando bolas, pero yo te conocí primero, me muero de la pena, Phil Ramone que haga cola, porque en el principio no había nada, hasta que llegué yo. Pero Fito, por Dios, te insisto en que el disco me encantó, no te hagás el mártir, si hay que llevarse uno de tus álbumes al averno pues yo me llevaré éste, de eso no te quepa la menor duda. Cuando terminó el concierto, me tiré en el piso con los brazos abiertos y los ojos cerrados, mientras el público desocupaba el coliseo. Sentí los pasos de bisontes que se iban alejando y me dio un ataque de risa de sólo pensar que Adolfito se iba a bajar del escenario y me iba a besar sin contemplaciones en mitad de la pista. Pero, por supuesto, eso no sucede nunca, ni en las películas que tanto le gustan al caballero. Entre otras, creo que soy la única defensora de sus filmes, incluso La balada de Donna Helena, de la cual me considero su única espectadora colombiana. Y bueno, ya que tocamos el tema: lo que no tiene perdón de nadie es cómo trataron Vidas privadas en tu adorada Argentina. ¿Quién te mandó nacer en ese país de envidiosos? Yo prefiero mil veces tu opera prima antes que el Martín (Hache) ese. Pero claro, al caído caerle; aquí en Colombia se dice «dar papaya», el undécimo mandamiento. Fito Páez, se te vinieron encima, por mucha Cecilia Roth (¡mil dólares!) y mucho Gael García que les pusieses por delante, te iban a acabar y te acabaron. A mí me pareció muy buena, Fito, esa historia de Edipo en el cono sur, tragedia griega convertida en elegía a los desaparecidos, muy bonita, muy conmovedora. Y no se siente tu mano, es lo más interesante. Nadie me va a decir que el director de Vidas privadas es el mismo que escribió Rey sol. Si no fuera por Cecilia Roth, uno no sabría que el hombre de mis pesadillas es el mismo que dirige películas comprometidas y le canta a la Buena estrella. Pero sale, nos estamos desviando.
Después del concierto de Abre, se selló mi buena fortuna. Yo sabía que no podía ponerme a pelear contra Fito Páez porque Fito Páez iba a seguir allí, cuidándome, dándome canciones, sonriendo pasito y moviendo su cabeza como muñeco de ventrílocuo. Terminé la universidad con todos los honores y me dio cierta tristeza, el día de mi grado, ver al profesor literario dirigiendo el himno nacional de la república de Colombia con las manos temblorosas, porque sabía que yo andaba por allí, con toga y birrete, mirándolo con pesar. Ese día Chiqui volvió a cruzarse en mi camino. Después entendí que empujado por mis papás, porque era el único hombre que me habían conocido y era el único al que le tenían confianza. Nos fuimos a celebrar, él y yo, tras la champañita de rigor en mi casa. Bebimos como cosacos y terminamos borrachos en el Hotel Babilonia, en el cuarto en el que siempre se queda Fito Páez. Eso a Chiqui no le importaba. Al contrario. Creo que le fascinaba la idea del ménage à trois con mi marido argentino. Volvimos a nuestras andanzas y yo volví a recuperar su confianza. La verdad es que Chiqui, con el correr de los años, tenía toda la infraestructura para convertirse en un mal necesario. Como yo no envejezco, porque soy un personaje literario, Chiqui también se podía dar el lujo de permanecer cejijunto y despistado, como en los tiempos en que lo vi por primera vez. Chiqui le tenía una explicación a todo y entendía mi comportamiento con una lista de términos reveladores, los cuales iban desde la ausencia de la figura paterna hasta el síndrome de Ulises, que nunca me quiso explicar. Yo supuse que me llamaba así por el canto de las sirenas, pero Chiqui me acabó con su comentario: «No sea tan simplista, señorita». Me estampilló un beso en la mejilla y asunto cerrado. La crisis volvió a atacarme los occipitales cuando se publicó El diablo de tu corazón, el disco sencillo con Fito y su barbita de adolescente en la carátula. La canción, idéntica a El amor después del amor, me puso a bailar encima de las mesas. Pero cuando salió el álbum y me tocó soportarme el culito de su hijo, la peluca de Billy Preston y el amarillo pollito del fondo, salí a la calle gritando a los cuatro vientos que ese disco era una estafa. El peor de Fito Páez. Y me negué a oírlo. Pero eran celos, no voy a negarlo. Yo no me aguanto a su niñito. Para colmo, según me cuentan en las revistas, dizque el Martincito ese es in-so-por-ta-ble. Pero volvió la noticia, se repitió el acontecimiento y se corrió la bola del regreso de Fito para promocionar su Rey sol. Entonces me tocó tragarme mis palabras y aprenderme las canciones, porque no hay nada peor que llegar a un estadio sin saber lo que se está cantando: es como llegar al cine veinte minutos después de empezada una película: todo es muy bonito, pero no se entiende nada. De nuevo, me tocó morderme el codo de la ira. El álbum me encantó y dos días antes andaba por las calles de Bogotá con una luz de leche sobre mi cuerpo y tarareando Dale loca y Vale, la canción que le hizo a Charly García, luego de que éste se tirase de un noveno piso. Pero pasó lo que no tenía que pasar. En aquellos días de libertad incondicional, me dio por abusar de la botella, y el día del Rey sol me sentí Luis XIV y me bebí, antes del concierto, tres botellas de vino. El vino me entró por el camino del inca y, a la hora de partir, se me fueron las luces. Chiqui insiste en consolarme con el cuento de que me había llevado al concierto. Me pinta con lujo de detalles la entrada triunfal al Palacio de los Deportes, los aplausos que recibimos, las muecas de complacencia de Fito Páez semibarbado. Aunque no tengo ninguna conciencia de lo que pasó esa noche, me imagino que lloré, sobre todo con Lleva, que me pone sentimental. Pero eso de las borracheras no se lo recomiendo a nadie. Y esa noche las consecuencias fueron nefastas. Amnesia trémens. Yo le pido a Chiqui que no me cuente muchas cosas de ese día, porque puedo entrar en una depresión profunda. Sin embargo, Chiqui insiste en reírse e inventarse anécdotas, recordarme que me subí al escenario y canté Cable a tierra en el micrófono y que Fito me dio las gracias con un beso en la mejilla. Pura paja. Pero ahora la gente me mira por la calle más de la cuenta y yo he empezado a dudarlo. ¿Y qué tal que sea verdad? ¿Qué tal que me esté volviendo el hazmerreír del barrio por culpa de mis excesos alcohólicos? Creo que olvidarme por completo del concierto del Rey sol me hizo tomar una decisión radical: me fui a vivir con Chiqui a un apartamento en Chapinero. Mis papás no dijeron nada, pero me despidieron con lágrimas, como si me fuera a vivir a la Luna. En Chapinero tuve días de pesada calma y de hormigas debajo de la falda. Me dediqué a escribir una tesis infinita sobre la legislación cinematográfica en Colombia, más para dilatar el tiempo que por convicción de abogada. Pero mi cabeza ya estaba en otra parte. Creo que el concierto de las cinco canciones fue por aquellos días y luego vino la noticia de la independencia de Fito, de su separación de Warner y de Cecilia. Fito Se exilia. Reí a carcajadas y no opiné más sobre el asunto. Meses después me llegó por contravía Naturaleza sangre y una vez más el tiempo me dio la razón. Yo ya estaba lejos de sorprenderme. Ya sabía que cualquier cosa que escupiese ese cretino iba a ser una obra maestra. Y su nuevo disco lo corroboraba a leguas. Cuando Chiqui llegó al apartamento con la cajita rojiblancoynegra, con la carita de mártir del pobre Fito, barba de jesucristosuperestrella y goticas escarlatas cayendo sobre el cartón, supe que me iban a revolcar las entrañas otra vez. Y me las revolcaron de principio a fin. Chiqui no pudo decir ni mu, porque la dicha saltaba a la vista, con el aliciente de ser un disco de argentino despechado, esto es, que no reconoce su derrota, pero se le cuela por los bordes, se le siente en cada dejo, en cada gemido, en cada rincón de sus teclados. Una semana después, Chiqui llegó con las boletas del concierto. Le di las gracias de todo corazón, pero le dije que prefería ir sola. Que tenía que ir sola y él debería entender muy bien las razones. Chiqui, que le encanta agachar la cabeza, dijo que sí, que claro, que por supuesto. Pero llegó, perrito faldero, a la hora menos indicada, a vigilarme la espalda. El escenario era en forma de T y Fito apareció en la horizontal, frente a su teclado, o sea que lo tuve todo el tiempo en mis narices. Arrancó con Nuevo, que es una canción compuesta para arrancar un concierto y yo grité como si me estuvieran torturando. Quiubo, mijo, por qué se demoró tanto. Fue tal mi emoción, que Chiqui se me acercó por detrás y me cargó en los hombros. O sea que el pobre Fito tuvo que soportarme todo el tiempo en sus narices, nunca lo había tenido tan cerca. Siguió con Salir al sol, que a mí me había parecido un poco mamertoide, una canción compuesta como para que se volviera el himno de la República Argentina, una vez que Fito Páez fuese proclamado presidente. Pero bueno, al hombre se le perdona, hay que entender que se la pasa en Cuba, «hoy elegís un país, podés cambiar este gris, ahora o no lo hacés más» y yo brincaba, la cancioneta sonaba fantástico en directo, «yo no me banco el dolor, que me cargan en la espalda» y Chiqui también brincaba con el dolor que le cargaban en su espalda. Y aquí vino la tapa del chico de la tapa. «He escogido a Bogotá para la grabación de mi próximo vídeo», dijo Fito. «Ustedes me van a perdonar si repito esta canción una vez más, pero creo que es por una causa noble», agregó, palabras más, palabras menos. Claro, Fito, claro que te damos permiso, no te preocupés, estás en tu casa, Bogotá, del putas, Bogotá. La canción era, cómo no, Volver a mí, como si no hubiese salido nunca de él mismo, ay, Fito, cuándo vas a cambiar, te he dicho treinta mil veces que no seas exagerado, «tenías que fallarme así, no es fácil hacerme sufrir»; cuando la cámara estaba detrás de mi cantante y su lente estaba frente a mí, yo moví los brazos como un náufrago e hice todas las señales posibles, qué tal que salga en MTV, qué tal que salga celebrando la canción de mi marido, esto no me lo va a creer nadie. Chiqui se empeñaba en saltar para que yo fuese el centro del clip, para que borrara la presencia de Fito Páez con mi entrega, para que el mundo entero supiera dónde quieren de verdad a los miserables. La primera toma salió aceptable, aunque un poco más acelerada que la versión del disco, porque Vadalá se empeñó en meterle impaciencia al bajo y, bueno, a Fito no es sino que le digan «corré» y Fito correrá toda la noche, eso lo sabemos. Pero volvamos, volvamos. Fito se acomodó en su silla y comenzó su viaje al pasado con Giros, la pausa que refresca, los viejos destellos de mis paseos latinoamericanos, mis besos bellos en la memoria; gracias, señor Páez, por su comprensión. Más adelante, quise quebrarle la clavícula a Chiqui y lo conseguí sin problemas, porque la orquesta se largó con El diablo de tu corazón y el diablo de mi corazón estaba haciendo de las suyas, dientes afilados, cola de azufre y charco de satisfacción entre mis piernas, Chiqui dijo «¡auch!» y trató de tirarme al piso, pero yo me le aferré a su melena y permanecí firme, como Polifemo, de un solo ojo. Qué fiesta la de Fito Páez. Bogotá estaba en su bolsillo y al muchacho le dio risa cuando me miró, flaca, qué haces, bajate de esa nube que aquí estoy sho, sho sé muy bien quién sos vos y esta noche me la vas a pagar, ¿me oíste? Claro que te oí, miserable, pero cumplí con tus obligaciones y ponete a cantar, a cantar te trajimos y cantar es lo que tenés que hacer, boludo, cogé tu guitarrita de palo y cantá Bello abril que me pone retrechera y me hago la difícil, me vuelvo Fonzi, «dios santo, qué bello abril», me acuerdo del día de tu cumpleaños, Fito, me acuerdo no sé por qué, no tiene nada que ver, pero el día de tu cumpleaños es el día de mis mejores recuerdos, oigo tus obras completas y ahora puedo terminar con Bello abril porque me vuelvo como una mata de nervios y a mí los nervios me fascinan. «¿Puedo descansar?», me preguntó Chiqui y yo le dije que sí, que no había problema. Además seguiste con El centro de tu corazón y allí uno puede bailar en el piso con los ojos cerrados. Qué cantidad de corazones hay en tu repertorio, Fito, parecés hijo de Rod Stewart. Cuando volviste a tu territorio automático y te arrojaste al precipicio de Cadáver exquisito mi alma dijo «aquí fue Troya» y Troya fue. Troya fue el Palacio de los Deportes y yo la yegua de Troya.
Volví a treparme en los hombros del alucinado Chiqui y los dos coreamos el salmo de Fito para que supiera que lo que él escribe en sus periqueras no pasa en vano. Lo repetiremos una y otra vez como las mentes pasadas, como las mentes pesadas. Aplausos, ovaciones, después de cada canción. ¿No se cansa la gente de aplaudir? Siempre lo mismo: canción, aplausos, chiflidos, ovación. Canción, aplausos, chiflidos, ovación. ¿Por qué no se quedan callados? Dejen a Fito hacer su trabajo en silencio, él no necesita de nosotros. Mierda. Presentí entonces, por la carita de yonofuí, que el señor de mis anillos se iba a lanzar sin salvavidas con La despedida. Y, por supuesto, La despedida cantó y yo la adiviné, porque yo soy la narradora de esta historia y puedo adivinarlo todo, todopoderosa. Lloré de risa con La despedida. Yo creo que Fito se molestó un poco con mis carcajadas, porque interrumpió la canción y la empató con Los buenos tiempos de Charly, que no creo que estuviera en el programa. Fito, ¿qué es eso? ¿Por qué me hacés esas cosas? Está bien, está bien, gatita, no sigo, te mando ésta más bien, ¿te la sabés? Pero... ¿vos me creés imbécil, Fito? Esa es El amor después del amor, que se la sabe hasta el profesor literario, no tehagás el cretino. Pero claro, te la bailo también. Lo que me toqués, yo te lo bailo. Descarga final, aguacero final. Fin de la primera parte. Un respirito, para que el respetable se sienta a gusto con 11 y 6 que, si no la canta, le incendian el piano. Yo debo confesar que no le había parado muchas bolas a la letra y, ahora que me la explican, pues como que acepto muy bien que es la prehistoria de El chico de la tapa. Y, of course, my horse, siguió El chico de la tapa, con su mundo hecho de hijos de puta y su frenética embestida para equilibrar de nuevo las energías. Vos sos un duro, Adolfito, te las sabés todas. Una vez con los pedales bien puestos, volviste a tu nuevo álbum y te arriesgaste con Música para camaleones, título que ya había visto en la biblioteca de mis papás, años atrás. Me entró como un sustico de que el concierto se fuera a acabar, porque ese es el tema que cierra el disco; «hay un tren que va directo al centro del amor», qué dicha tener el tren de Fito Páez adentro, Chiqui lo sintió en su cabeza y me dijo «pilas, que aquí estoy yo» y me contuve, no quise expresar más mis emociones, porque pailas, porque una ya no puede tener vida privada, se las pillan todas. Fito notó que me había dado un nosequé ante la sospecha de su partida, así que con Vadalá se puso a cantar Tus regalos deberían de llegar, con su «de» que no me cabe, y Te vi, que es como un susurro para espantar malos fantasmas, y Shes mine, que me sabe a recuerdos sin cara y bueno. No me acuerdo de más. Vadalá volvió a su sitio, yo salté al piso y me preparé. Pero Fito, por favor, ¿qué es eso de seguir el concierto con Brillante sobre el mic? Ya sé que te sentís el más brillante sobre el mic, pero esa canción no me la restregués en la cara, que vos sabés que me estás mandando mensajitos en clave Morse y no te puedo cantar la tabla en público. Esperate que terminés y nos veremos las carátulas. ¡Ay, Fito, vos no tenés arreglo! Me dañaste la noche. No. Y no la vas a arreglar con esa versión rasgada de Tumbas de la gloria, a mí no me comprás con tus himnos, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, te podés ir arrodillando, porque me estás empezando a insultar, no se meta, Chiqui, que esto no es con usted, es un problema entre Fito Páez y yo, no me den cuerda, porque comienzo a contar verdades, camine vámonos, me dijiste, Chiqui, pero yo de aquí no me muevo, me quedé fija, estática, hierática, mirando a los ojos de Fito Páez, mordiéndome los labios cuando cantó Circo beat y se puso como inseguro, cambió de tema, le tocó aferrarse a «Tercer mundo» para no caerse de la tarima, de la T, de la T de cobre en la que estaba parado, estatua de bronce. Yo estaba echando chispas de la piedra y, mientras más le daba al teclado, más rabia me daba. Cuando cogió la guitarra y me dedicó Ciudad de pobres corazones no aguanté más. Me subí de nuevo en los hombros de Chiqui y le mostré los dedos corazones de mis dos manos al imbécil de Fito Páez, estás jugando conmigo, ¿no? Pues vas a ver lo que puede hacer una mujer herida. Sí, muy bonito y muy juicioso, cantando Mariposa tecknicolor, pero no quiero oírte más las mismas putas canciones de siempre, no quiero que me estafés con el mismo sonsonete, no me aguanto más tu farsa, ya te las perdoné todas, pero esto sí ya es el colmo, mirame a los ojos, mirame a los ojos o no respondo. ¡Fito! ¡Fito! Que no cantés Naturaleza sangre, que sin Charly esa canción es como huevo sin sal, sin sal ni pimienta, ¿te la pillás, te la pillás? Quién te manda a mandarme mensajitos por debajo de la mesa, yo me doy cuenta de todo, yo soy muy inteligente, me he leído todos los libros del mundo, he oído todos los discos del mundo y te conozco, mosco, el mundo está hecho de hijos de puta y no voy a morir de amor. Está bien, te doy permiso de terminar, podés cantar A rodar mi vida, pero a la salida nos vemos. Ah. ¿Te da miedo? ¿Que vas a repetir Volver a mí? ¿Para el video? Pues repetila, pero no te vas a librar de lo que te voy a decir, ¿me oíste? ¿Que qué? ¿Que la vas a cantar por tercera vez? ¡Gallina! ¡Pues ahora me cago en tu video! Mirá: esa histérica que está detrás tuyo, esa soy yo, la princesa de Chapinero, el almohadón de plumas, la reina de sus progenitores, la bodeguita del medio, la sombra de una duda, la barca sin pescador. No te vas a quedar a vivir en ese escenario, Fito, no creás que te las perdono todas con esa versioncita desganada de Dar es dar, a mí me respetás. Son años, ¿me oíste? Años y años de perdonarte una y otra vez, pero ahora las cosas son a otro precio. ¿Fito? ¡Fito! ¡Para dónde vas! Para dónde vas, ¡maricón! Pues claro que dedicarle el concierto a Fernando Vallejo sólo es cosa de maricas, qué mas querés que piense, vení dame la cara, que no quiero ponerte en problemas. Está bien. Está bien. Ya vas a ver. ¡No! ¡No me detengan! No me encierren en el círculo de baba, canten todo lo que quieran pero me puedo escapar en el convertible de Thelma y Louise, joder al que se me atraviese, llover sobre mojado, despertar a Walt Disney, cantarles salsa, tango y guaguancó, samba de mi esperanza, clavarme tres agujas, viejo mundo, soy la peor sílfide, la mejor esclava, a mí no me van a sacar del estadio a patadas, que los divierta su madre, no ven que me las sé todas, ¿dónde se ha visto que miento? Tengo la prueba reina, el sable chino, yo vengo a ofrecer mi corazón, no tomen decisiones apresuradas, que por aquí, por las cloacas, rondan Narciso y Quasimodo y yo tengo la sombra de Narciso y la envidia de Quasimodo, nada más preciado para mí, me tomaron por los hombros y me sacaron a gritos, que le digan a Fito Páez que me mire a la cara, que no sea correcaminos, que no se haga el rosarino en Budapest, que yo tengo derecho a que me miren, Vadalá, ¿a dónde hemos llegado? Bailando hasta que se vaya la noche, me escupieron en la cara y me dejaron un ojo morado, chao, hasta luego, buenas noches, pompa bye bye, así quedé, como el manto de la Verónica, como un pétalo de sal y pimienta, yo no quiero nada del mundo real, a mí que me esculquen, van a dejarme partir, porque yo soy lo que el viento nunca se llevó, la Scarlett OHara de los pobres, el brillo del rey Sol, la que se enreda en su propia enredadera, hay gentes así y si Fito Páez los mandó por mí, sus razones tendrá, pero es un cobarde, porque me dedica trescientas canciones y luego se hace la loca, luego me da la espalda y se dedica a tener hijos. ¿Que me vaya? ¿Que me vaya? Pues, si es a las patadas, me voy. No importa. Yo tengo paciencia y en algún momento, cuando menos lo piensen, voy a aparecer detrás de Fito Páez, en el video de sus sueños allá en Bogotádelputasbogotá, allá donde no se duerme porque siempre hay una cuchilla, un polvo, un cuello, un vaso y una cama para terminar las melodías.
Todo sucedió muy rápido. Cuando llegamos al apartamento, Chiqui se sirvió un trago y yo, sin pensarlo dos veces, lo saqué de circulación. Naturaleza sangre. Por suerte había renovado mi visa europea, ahora está muy difícil entrar a España. No le di tiempo a nadie para reaccionar. Llegué a Barajas bien dormida, la ventaja de volar de noche. Poco a poco me fui instalando y a la semana ya andaba cantando por las calles. En Madrid me dijeron que Sabina estaba muy enfermo y que había dejado el tabaco y el alcohol. Ni me preocupé por visitarlo, él sabrá cavar su propia tumba. Supe de la gira de Fito gracias a una de sus cuñadas. La policía como que anda pisándome los talones, pero yo sé muy bien hacer mis jugarretas. Ahora estoy aquí en Barcelona, esperando el concierto del Razzmatazz. No se ha vendido muy bien. Fito: la gente entra en cámara lenta, desconfiada. Ni sombras con lo que pasaba en Bogotá, cuando yo te llevaba, cinco, siete, diez mil personas. Eso nunca me lo vas a agradecer. Veamos: ésta es la única puerta por la que podés entrar, así que no hay posibilidad de escape. Lo siento, Fito, pero nadie puede, ni nadie quiere, vivir, vivir sin amor.
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