Sonata metafísica para que bailen los muertos
Yo era poeta y me gustaba cantar
Nunca hice nada más útil en la tierra
Ni nada más inútil
Sólo cantar.
Iba los domingos a los cementerios
Y cuando no tenía nada que hacer
Que era siempre
Iba en los días de semana
Allí aprendí y olvidé muchas cosas:
Que vivir no es importante
Y que estar muerto tampoco.
Me sentaba bajo los cipreses
Hiciera sol o luna
Lo más importante era yo
Que por casualidad estaba vivo.
Antes de mí vivió
Y vivirá mucha gente
Eso no interesa.
Por eso me reconozco tanta importancia
Y aveces pienso sin vanidad
Que yo soy un genio
Un verdadero genio tenebroso.
En los cementerios yo cantaba cosas lúgubres
Sobre la muerte
Y cosas alegres
Eso dependía de los muertos
No de mí.
Porque los muertos me hacían cambiar
Mi visión de las cosas.
Yo no me sentía alegre
Tampoco triste
Eso era una patria diferente.
Zumbaban las moscas en torno
A las viejas putrefacciones
Y luego se posaban en el papel
Y defecaban alegremente
Sobre mi canto.
Esas tenues defecaciones le daban a mis
Himnos
Un cierto sabor elegíaco
Pero nada más
El sol ventana matinal
Bajaba hasta las hojas de mis cantos quemando la impureza.
La poesía quedaba en el centro incorruptible
De su voz espantosa.
Yo seguía cantando...
Los instantes de la reflexión me cansaban
Por las bellas inútiles ideas de la muerte.
En los intervalos de la poesía
Orinaba sobre los pinos
Aprovechando los entierros.
El enterrador se enojaba conmigo porque yo
Orinaba en sus pinos
Sobre cuya verdura y laxitud
Tenía extrañas teorías.
Cuando relucía su cólera
Me invitaba a que hiciera esa cochinada
En la letrina
Donde él la hacía
Pero yo supuse con razones incontrovertibles
A su lógica
Que los muertos de noche
Harían lo mismo que el enterrador
Y me asqueaba ser como los muertos:
Yo los admiraba de lejos
Y los quería por no ser como yo
Meando como los hombres verdaderos
Sobre los pinos verdaderos...
Cuando me aburría
Fumaba hojas de eucaliptus
Que recogía del lado de las tumbas
Y las metía en mi pipa calcinada
De viejos fuegos y otras adoraciones.
Yo producía oleadas de humo
Que se confundían en lo alto
Con los rezos y las inmundicias.
Otras veces me deslizaba en el sueño
Entonces los muertos se aburrían sin mí
Nostálgicos de existencia
Y lo que hacían era enviar a sus moscas
Tutelares
Para despertarme y no cesara de cantar
Los muertos sabían que sin mi canto
Estaban perdidos
Yo les traía el verdor del campo
La celeste quietud
Y el suave olor de las lilas.
Mi presencia no era un consuelo
Sino su defensa contra el olvido
Su seguridad en el estar aquí
Y yo les hacía el homenaje de mi ser
De mi saberme ser.
En las plazas y calles de los hombres
Yo sufría el gusto irresistible de la soledad
Por un momento está bien
Por un día
Por media vida
Pero no para siempre.
Muchos años pasé entre ellos
Sin más oficio que estar allí
Como un vagabundo detenido
En el sitio de su sueño.
La paz inmensa me invadía.
Una vez necesité cambiar
Buscar una nueva dimensión del cielo
Y de las distancias.
Prometí no volver.
Pero de regreso a nuevas adoraciones
Encontré a la monja que salía del cine
Y quería hacer el amor.
Como no había más sitio para la castidad
De los dos
La llevé al cementerio y allí nos amamos
Entre el zumbido de las moscas
Y el rumor cómplice de los muertos.
Estos se despertaron con el sonido del amor
Y salieron de sus tumbas a gozar en nosotros
Recuerdos inmemoriales
Y bailaron en torno a nuestros cuerpos
Desnudos y vertiginosos
Imitando nuestros movimientos brutales.
Yo no tuve vergüenza esta vez por los muertos
Que carecían de conciencia
Por eso bailaban y eran tan felices.
De una manera nueva
Los muertos estaban en el mundo.
Una mano
Más una mano
No son dos manos
Son manos unidas
une tu mano
a nuestras manos
para que el mundo no esté
en pocas manos
sino
en todas las manos
GÉNESIS
La última lágrima
Ilumina la sonrisa
Como la primera gota del manantial
Engendra el océano
Y la noche
Da a luz el día.
Tres poemas de Gonzalo Arango de épocas diferentes dentro de su trayectoria poética , pero que tienen en común la vitalidad y el fervor del autor...
Nunca hice nada más útil en la tierra
Ni nada más inútil
Sólo cantar.
Iba los domingos a los cementerios
Y cuando no tenía nada que hacer
Que era siempre
Iba en los días de semana
Allí aprendí y olvidé muchas cosas:
Que vivir no es importante
Y que estar muerto tampoco.
Me sentaba bajo los cipreses
Hiciera sol o luna
Lo más importante era yo
Que por casualidad estaba vivo.
Antes de mí vivió
Y vivirá mucha gente
Eso no interesa.
Por eso me reconozco tanta importancia
Y aveces pienso sin vanidad
Que yo soy un genio
Un verdadero genio tenebroso.
En los cementerios yo cantaba cosas lúgubres
Sobre la muerte
Y cosas alegres
Eso dependía de los muertos
No de mí.
Porque los muertos me hacían cambiar
Mi visión de las cosas.
Yo no me sentía alegre
Tampoco triste
Eso era una patria diferente.
Zumbaban las moscas en torno
A las viejas putrefacciones
Y luego se posaban en el papel
Y defecaban alegremente
Sobre mi canto.
Esas tenues defecaciones le daban a mis
Himnos
Un cierto sabor elegíaco
Pero nada más
El sol ventana matinal
Bajaba hasta las hojas de mis cantos quemando la impureza.
La poesía quedaba en el centro incorruptible
De su voz espantosa.
Yo seguía cantando...
Los instantes de la reflexión me cansaban
Por las bellas inútiles ideas de la muerte.
En los intervalos de la poesía
Orinaba sobre los pinos
Aprovechando los entierros.
El enterrador se enojaba conmigo porque yo
Orinaba en sus pinos
Sobre cuya verdura y laxitud
Tenía extrañas teorías.
Cuando relucía su cólera
Me invitaba a que hiciera esa cochinada
En la letrina
Donde él la hacía
Pero yo supuse con razones incontrovertibles
A su lógica
Que los muertos de noche
Harían lo mismo que el enterrador
Y me asqueaba ser como los muertos:
Yo los admiraba de lejos
Y los quería por no ser como yo
Meando como los hombres verdaderos
Sobre los pinos verdaderos...
Cuando me aburría
Fumaba hojas de eucaliptus
Que recogía del lado de las tumbas
Y las metía en mi pipa calcinada
De viejos fuegos y otras adoraciones.
Yo producía oleadas de humo
Que se confundían en lo alto
Con los rezos y las inmundicias.
Otras veces me deslizaba en el sueño
Entonces los muertos se aburrían sin mí
Nostálgicos de existencia
Y lo que hacían era enviar a sus moscas
Tutelares
Para despertarme y no cesara de cantar
Los muertos sabían que sin mi canto
Estaban perdidos
Yo les traía el verdor del campo
La celeste quietud
Y el suave olor de las lilas.
Mi presencia no era un consuelo
Sino su defensa contra el olvido
Su seguridad en el estar aquí
Y yo les hacía el homenaje de mi ser
De mi saberme ser.
En las plazas y calles de los hombres
Yo sufría el gusto irresistible de la soledad
Por un momento está bien
Por un día
Por media vida
Pero no para siempre.
Muchos años pasé entre ellos
Sin más oficio que estar allí
Como un vagabundo detenido
En el sitio de su sueño.
La paz inmensa me invadía.
Una vez necesité cambiar
Buscar una nueva dimensión del cielo
Y de las distancias.
Prometí no volver.
Pero de regreso a nuevas adoraciones
Encontré a la monja que salía del cine
Y quería hacer el amor.
Como no había más sitio para la castidad
De los dos
La llevé al cementerio y allí nos amamos
Entre el zumbido de las moscas
Y el rumor cómplice de los muertos.
Estos se despertaron con el sonido del amor
Y salieron de sus tumbas a gozar en nosotros
Recuerdos inmemoriales
Y bailaron en torno a nuestros cuerpos
Desnudos y vertiginosos
Imitando nuestros movimientos brutales.
Yo no tuve vergüenza esta vez por los muertos
Que carecían de conciencia
Por eso bailaban y eran tan felices.
De una manera nueva
Los muertos estaban en el mundo.
Una mano
Más una mano
No son dos manos
Son manos unidas
une tu mano
a nuestras manos
para que el mundo no esté
en pocas manos
sino
en todas las manos
GÉNESIS
La última lágrima
Ilumina la sonrisa
Como la primera gota del manantial
Engendra el océano
Y la noche
Da a luz el día.
Tres poemas de Gonzalo Arango de épocas diferentes dentro de su trayectoria poética , pero que tienen en común la vitalidad y el fervor del autor...
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