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Grande minicuentos fantásticos.

No sólo no creía en fantasmas, sino que ni siquiera los temía.

Georg Christoph Lichtenberg.

En Amalfi, al terminar la zona costanera, hay un malecón que entra en el mar y la noche. Se oye ladrar un perro más allá de la última farola.

Julio Cortázar.

Él cuenta sucedidos de la gentecilla linda del pueblo, la gente recién creada, que huele a barro todavía; y también cuenta los sucedidos de algunos tipos estrafalarios que él conoció, como aquél espejero que hacía espejos y en ellos se metía y se perdía, o aquel apagador de volcanes que el diablo dejó tuerto, por venganza, escupiéndole en un ojo.

Eduardo Galeano.

Mes estrechaba entre sus brazos chatos y se adhería a mi cuerpo, con una violenta viscosidad de molusco. Una secreción pegajosa me iba envolviendo, poco a poco, hasta lograr inmovilizarme. De cada uno de sus poros surgía una especie de uña que me perforaba la epidermis. Sus senos comenzaban a hervir. Una exudación fosforescente le iluminaba el e el cuello, las caderas ¡hasta que su sexo –lleno de espinas y de tentáculos- se incrustaba en mi sexo, precipitándome  en una serie de espasmos exasperantes.

Oliverio Girando.

Grandes minicuentos fantásticos. Selección de Benito Arias García, Alfaguara, 2005

 

 

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