angelitos empantanados
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-Venì acercate te muestro una cosa.
Yo me le acerquè con cuidado. Debajo de muchos "Domingos Alegres" me dejò ver la primera revista
-¿No querès ver mejor una revista de estas?- me dijo, y como que se reìa.
-¿Cuànto vale?
-A treinta, barato-me contestò.
Yo le paguè los 30 ( pero no era barato) y me sentè en la banca de siempre: ya habìan tumbado el viejo teatro Bolìvar y en su lugar no habìa quedado màs que el lote lleno de maleza, y la calle entre el parque y el lote no estaba aùn pavimentada. Digo que siempre me sentaba en la banca frente al lote. Abrì la revista, voltiè ràpido la primera pàgina y mirè para todos lados: en las otras bancas se hacìan, igual que hoy, viejitos conversadores de saco y corbata, bastòn y sombrero, y alrededor emboladores negros. Yo me cambiè de banca. Me hice en una bien al fondo, al lado de la fuente, y me sentì inquieto mirando el batallòn Pichincha, edificio gòtico que hoy no existe; en aquella època ya habìan trasladado a los soldados a Melèndez y en el edificio funcionaba el colegio Politècnico, donde estudiaron Jorge Herrera , Carlos Bernal...
Habìa quedado màs còmodo en aquella banca del fondo, hasta escuchando el sonar del agua de la fuente, viendo una mujer acostada sobre una alfombra verde: le habìan sacado la foto en picado y miraba a la càmara sacando la lengua, con los pochekes desparramados. Entonces el dueño me gritò desde su banquito y todo el mundo oyò, y yo estaba sabroso y por eso sentì verguenza.
-No se me haga tan lejos,pollo, que me gusta tener los clientes a la vista.
Yo pasè la pàgina de la mujer en la alfombra ràpido, como para que vieran que no me interesaba mucho, y fui y me hice en mi banca frente al lote, la ùnica desocupada. Nadie me habìa visto. Nadie me viò que vì la revista 3 veces, hasta que vino el dueño y me dijo:
-Ya estuvo-, y me arrebatò la revista-. Si quiere verla màs a ver los otros treinta. Yo no le dije nada, flojito como estaba. Me quedè allì un rato mirando el lote, los carros, agarrè mis libros y me fuì caminando Sexta abajo. ¿Còmo serìa poner toda la mano encima, le sacarìan a uno la lengua? Cuando lleguè a mi casa me abriò mi hermana mayor, y yo no fuì capaz de subir los ojos para que no viera que ya habìa conocido a la mujer.
Andrès Caicedo.
Angelitos Empantanados.
Editorial Norma , abril de 2000.
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juan esteban arboleda orozco -
santiago -