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Dios, al morir, miró los dados

Pedro en el patio de Anás avanzó las manos hacia la lumbre. Pedro se acuclilló junto al brasero en el frío del invierno, y Pedro se avergonzó al mirarse las manos en las llamas, se avergonzó porque había hablado, vergüenza y horror porque había traicionado a su amor. Y llora al mirarse los dedos que han enrojecido sobre los carbones. Jesús mismo recogió su túnica después de la flagelación para ocultar a la vista de sus discípulos, y de los soldados, y de los sacerdotes, sus nalgas enrojecidas y luego, cuando lo clavaron en la cruz, volvió a avergonzarse e inclinó la cabeza. ¿Qué vio, al inclinar la cabeza? Es muy extraño lo que vio Dios en el momento de morir. Dios, al morir, miró los dados y las cartas en las manos de los tres soldados que velaban los tres cuerpos agonizantes. Eso fue lo último que vio Dios antes de morir. Una partida de cartas. La linterna sorda que las ilumina. Tres hombres jugando una partida en la cima de la colina. Lanzan los dados a la luz de esta única llama que se ve por la puertecilla de nácar de la linterna. Los otros tres, por encima de ellos, desnudos, sometidos a la muerte lenta, con los brazos dislocados, con las manos exangües, siguen, sufriendo, la partida que los tres soldados romanos han comenzado mientras ellos lentamente expiran.

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