Estoy triste. Amo a una mujer
—Estoy triste. Amo a una mujer —decía un día Hanovre.
—¿Y ella qué le ha hecho para que esté usted triste? —preguntó Abraham.
—Nada.
—¿Le ha confesado usted esto que tanto le preocupa?
—No.
—¿Por qué?
—Las mujeres no me gustan — dijo Hanovre—. Entonces, ¿qué puedo hacer para borrar en mí ese rostro que me atrae? ¿Cómo rechazar esos senos que se proyectan hacia mí y cuya realidad me parece, cada vez que los descubro, tan inesperada? ¿Cómo hacer para arrancar del fondo de mi alma la figura de esa mujer?
—¿Por qué siente usted semejante antipatía por las mujeres?
—Cuando las veo me parece recordar algo. Algo muy antiguo. Cuando estoy con ellas, tengo miedo. Me angustian. Su cuerpo blando, pegajoso, extraño, me retrae. Por eso me ve usted desdichado.
—¿Pero de qué le dan miedo?
—De que se vayan. Me da miedo que se vayan, porque siempre se están yendo. Tengo miedo de morir por culpa de su amor. No entiendo nada de lo que ellas llaman amor.
El amor el mar
Pascal Quignard
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