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estabolsanoesunjuguete

La Felicidad.

La felicidad es ese desconocido que llega como una borrasca a la orilla.

Desordena el mundo más de lo que lo pudiera hacer una tempestad.

Se lleva por delante chozas y carromatos.

Invisible, abate los árboles.

Los cascos de los barcos vuelan por el cielo.

Cuando la felicidad se presenta, hay que ser valientes. Es tan difícil: acoger la felicidad. Cuando esta surge, espontánea, sorpresiva, tensa, enloquecida, avasalladora, incomprensible, no hay que asustarse. Ante la felicidad no hay que palidecer, igual que ante el sufrimiento no hay que echarse a temblar. Un romano, al que se le ocurrió empuñar el cuchillo para defenderse, se inclinó, cayó y provocó el incendio de la ciudad, que al amanecer ya no era más que un inmenso montón de cenizas apagadas, entre las que lo único que se veía era el brillo de la hoja de aquel cuchillo. El maestro de armas que instruye a los jóvenes en el Vlaams Hoofd, frente al Kranenhoofd, en Amberes, siempre dice que durante el asalto hay que guardarse de vigilar el brillo de la punta de la espada.

Hay que concentrarse en la mirada del adversario —o también en los ojos de la amada—, mirar sólo los ojos.

Mirar el arma es perder la cabeza.

Pensar en protegerse, ya es morir.

 

El amor el mar

Pascal Quignard

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