El tapiz del vampiro
También leí El tapiz del vampiro de Susy Mckee Charnas, una excelente vuelta de tuerca sobre el mito del vampiro hoy que predomina tanto vampiro adolescente y enamorado de mortales yupies. Mckee nos presenta un verdadero depredador, biológicamente más pausible que el conde transilvano y más humano en sus contradicciones que los no muertos de Anne Rice, y mucho más convincente que los seudo vampiros de Crepusculo o Vampires Diaries, un monstruo cuya supervivencia lo coloca más allá de escrúpulos sobre las víctimas de las cuales se alimenta, pero que no obstante es capaz de crear con algunos unos lazos tan fuertes que debe olvidar, generación tras generación, a aquellos que se han acercado a él para poder sobrevivir, no al hambre que nunca acaba, sino a la nostalgia de su propia diferencia, circunstancia que lo obliga a ser el monstruo que permanece fiel a sí mismo...
Narrada con una precisión casi clínica, no obstante es una novela de amena y rápida lectura...
—Profesor, ¿ha pensado en que quizá las leyendas de criaturas sobrenaturales como los licántropos, los vampiros y los dragones podrían no ser en absoluto pesadillas distorsionadas... que quizá las leyendas reflejen la existencia de auténticos prodigios de la creación, reales aunque muy escasos en número?
El doctor Weyland vaciló durante unos segundos, tosió y bebió un sorbo de agua.
—Ciertamente, las fuerzas de la evolución son capaces de obrar prodigios —respondió—. Ha escogido usted una palabra excelente. Pero debemos comprender que, por ejemplo, en el caso del vampiro, no estamos hablando de un fantasma que bebe sangre y que se aparta atemorizado ante un diente de ajo. Veamos, ¿de qué modo diseñaría la naturaleza a un ser parecido?
»El vampiro corpóreo, de existir, sería por definición el mayor de todos los depredadores, dado que estaría alimentándose en lo más alto de la cadena alimenticia. El hombre es el animal más peligroso, el que devora o destruye a todos los demás, y el vampiro tiene al hombre como presa. Cualquier vampiro inteligente decidiría evitar los riesgos inherentes en el ataque a los seres humanos consumiendo la sangre de animales inferiores, si le fuera posible; por lo tanto, debemos suponer que nuestro vampiro no puede hacer tal cosa. Quizá la sangre animal sea capaz de ayudarle a subsistir durante un tiempo, igual que el agua de mar puede mantener con vida a un náufrago durante unos cuantos días, pero no puede reemplazar de forma permanente al agua dulce para beber. La humanidad seguiría siendo el ganado del vampiro, aunque resultaría un ganado bastante peligroso y difícil de tratar, y allí donde viva ésta debe vivir él.
»En el mundo antiguo, escasamente poblado, tendría que permanecer junto a una ciudad o aldea para asegurarse su provisión de alimento. Tendría que aprender a vivir con el mínimo posible, quizá medio litro de sangre al día, dado que le resultaría incómodo ir dejando un rastro de cadáveres exangües y no podría esperar pasar desapercibido si lo hiciera. Periódicamente, debería marcharse para su propia seguridad y para darles a los habitantes del lugar tiempo en el que recobrarse de sus depredaciones. Un sueño que durara varias generaciones le proporcionaría una población ignorante e intacta situada en el mismo lugar. Debe ser capaz, por lo tanto, de hacer más lento su metabolismo, de inducir en sí mismo y de forma natural un estado de animación suspendida. La movilidad en el tiempo se convertiría, pues, en su alternativa a la movilidad en el espacio.
(...)
—Durante esos largos periodos de reposo es posible que el haberse vuelto más lentas las funciones corporales del vampiro le sirva para prolongar su vida; y lo mismo podría ocurrir al tener que subsistir durante largos periodos, despierto o dormido, al borde de la inanición. Sabemos que una alimentación mínima produce una sorprendente longevidad en algunas otras especies. Una vida larga sería una alternativa más que deseable a la reproducción; al prosperar en su grado máximo cuanto menor fuera la competición, el gran depredador no sentiría deseo alguno de engendrar a sus propios rivales. Por lo tanto, no podría ser cierto que su mordisco convirtiera a sus víctimas en vampiros, como él mismo...
—O no habría cuellos suficientes para tanto colmillo —murmuró alguien del público, lo bastante alto como para ser oído.
—Los colmillos son demasiado fáciles de ver y no resultan eficientes para chupar la sangre —observó el doctor Weyland—. Los caninos grandes y afilados han sido diseñados para desgarrar la carne. Algunas versiones polacas de la leyenda vampírica podrían acercarse más al blanco: hablan de alguna especie de ingenio punzante, quizá una aguja en la lengua semejante al aguijón de los insectos, la cual segregaría una sustancia anticoagulante. De ese modo, el vampiro podría pegar los labios a una herida mínima y sorber libremente la sangre de ella, en vez de estar obligado a desgarrar grandes y antieconómicos agujeros en su infortunada víctima.
(...)
Alguien preguntó si el vampiro dormiría en un ataúd.
—Ciertamente que no —replicó el doctor Weyland—. ¿Lo haría usted si se le permitiera escoger? El vampiro corpóreo necesitaría un acceso físico al mundo, algo que todas las costumbres funerarias tienen por objetivo el evitar. Podría retirarse a una cueva o descansar en un árbol igual que Merlín o que Ariel en su arbusto, suponiendo siempre que le fuera posible hallar un árbol o una cueva que estuvieran a salvo de los amantes de la naturaleza y las excavadoras de las promotoras inmobiliarias. Encontrar un sitio donde descansar durante largo tiempo de forma segura es un problema obvio para nuestro vampiro en los tiempos modernos.
(...)
—Piénsenlo: después de cada periodo de sueño, al despertar debe adaptarse rápidamente a su nuevo entorno, una tarea que podemos suponer se ha ido haciendo progresivamente más difícil con la rápida aceleración del cambio cultural ocurrida desde la Revolución Industrial. En el último siglo y medio no cabe duda de que ha debido limitar sus periodos de sueño haciéndolos cada vez más cortos, por miedo a perder totalmente el contacto con la época... y el verse privado del reposo no puede haber mejorado su humor, desde luego.
»Dado que en nuestra hipótesis hablamos de un ser natural y no de uno sobrenatural, envejece pero con mucha lentitud. Cada una de sus nuevas adaptaciones a la época es un desafío mayor y exige más de él: más imaginación, más energía, más astucia. En tanto que debe adaptarse lo bastante como para disfrazar su existencia anormal, no debe sucumbir a las ideologías imperantes en ese momento en la derecha o la izquierda: es decir, no puede dejarse seducir por el canto de la libertad individual llevada hasta la licencia total, ni por el canto de la infalibilidad de las masas; y mucho menos puede permitirse que una alianza con alguna de tales teorías interfiera con el ejercicio de sus habilidades para sobrevivir como depredador.
Eso quería decir, pensó Katje frunciendo el ceño, que no podía permitirse escrúpulos en cuanto a beber nuestra sangre.
(...)
Uno de los colaboradores de Weyland en el departamento de Antropología indicó, alargándose tanto que se hizo aburrido, que el vampiro, nacido en una época anterior, se haría peligrosamente conspicuo por su menor estatura a medida que la raza humana se fuera haciendo más alta.
—No necesariamente —comentó el doctor Weyland—. Recuerden que estamos hablando de un organismo físico altamente especializado. Es posible que durante sus periodos de vigilia su metabolismo sea tan sensible que responda a los estímulos del medio ambiente desarrollando su cuerpo al igual que su mente. Es posible que cuando esté despierto todo su organismo exista en un nivel muy intenso de cambio y actividad interior. La tensión de esas grandes carreras para ponerse inmediatamente al día con las exigencias de la evolución física, mental y cultural debe ser enorme. En los tiempos actuales debería necesitar largos sueños para recuperarse de tales esfuerzos. —Miró el reloj de la pared—. Como pueden ver, ejercitando un poco la imaginación y la lógica hemos producido una criatura que tiene un parecido superficial con el vampiro de la leyenda, pero que es básicamente muy distinta del acostumbrado cadáver ambulante que siente aversión hacia las cruces.
(...)
Un joven le preguntó al doctor Weyland cómo explicaba las supersticiones sobre las cruces, el ajo y todo el resto.
El profesor hizo una pausa para beber un poco de agua. El público aguardó en un silencio expectante. Katje tuvo la sensación de que habrían esperado una hora sin protestar, de tal modo les había fascinado. Finalmente Weyland dijo:
—Los hombres primitivos que encontraran por primera vez al vampiro no serian conscientes de que ellos eran productos de la evolución, y mucho menos de que también él lo era. Crearían historias para explicar su existencia e intentar controlarlo. En los primeros tiempos es posible que él mismo creyera en algunas de esas leyendas: la bala de plata, la estaca de roble... Cuando despertara para encontrarse en una era no tan crédula, abandonaría tales nociones, igual que lo habían hecho todos los demás. Es posible que incluso llegara a sentir un apasionado interés, con el tiempo, hacia sus orígenes y su evolución.
—¿No se encontraría muy solo? —dijo con un suspiro una chica que se hallaba en el pasillo lateral, expresando elocuentemente con su postura corporal el deseo de consolar tal soledad.
—Espero que la joven dama me perdone —respondió el doctor Weyland— si me permito observar que esta pregunta es fruto de una vida cómoda y protegida. En la naturaleza, los depredadores no se permiten el lujo de esas tristezas y melancolías románticas que los seres humanos les atribuyen. Nuestro vampiro no tendría tiempo para la melancolía. A cada nuevo despertar tiene más cosas que aprender. Es posible que algún día el mundo regrese de nuevo a un índice de cambio más razonable, permitiéndole algún tiempo libre en el cual sentirse solitario o lo que en ese momento más le venga en gana.
Una chica de aspecto nervioso se arriesgó a emitir la opinión de que un vampiro perpetuamente autodidacta necesitaría buscarse un sitio en algún centro de enseñanza, para tener acceso a la información que le haría falta.
—Muy cierto —accedió secamente el doctor Weyland—. Quizá algún centro universitario, donde la tenacidad en el estudio y otras excentricidades del intelecto activo serían aceptadas como conducta normal en un hombre adulto. Incluso una modesta institución como Cayslin podría servir.
Tras las risitas que siguieron a sus palabras, llegó una pregunta hecha en voz demasiado baja como para que Katje pudiera oírla. El doctor Weyland, que se había inclinado un poco para comprenderla, se irguió de nuevo y, con voz sardónica, anunció:
—La señora desea que haga algún comentario sobre el «orgullo satánico» del vampiro. Señora, aquí entramos ya en el área de la imaginación literaria y sus artificios, algo que no oso hacer bajo la mirada de mis colegas del departamento de Literatura. Quizá tengan la bondad de perdonarme si me limito a señalar que un tigre dormido en una jungla que al despertar encuentra una floreciente ciudad sobre su cubil, no tiene mucha energía que malgastar en exhibiciones de orgullo satánico.
(...)
el frenesí de la caza había servido para eliminar todas las molestias. Se dejó invadir por una oleada de austero placer. Resultaba agradable saber que el vivir entre gente blanda y en una época blanda no le había debilitado; que el adaptarse lo suficiente para pasar por uno de ellos no había dañado su naturaleza básica, la naturaleza del cazador nocturno.
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El matar había sido beneficioso: le había purgado de su ansiedad y debilidad anteriores. Un acto de catarsis, supuso; ¿no era ése el efecto que pretendía alcanzar el arte?
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parecerse a los humanos era el rasgo básico de su naturaleza, y algo necesario, pues si no fuera similar a los humanos no tendría ninguna esperanza de poder usarles como presa. Pero, ¿no estaría empezando a parecerse cada vez más a ellos, teniendo en cuenta que sus obras eran capaces de afectarle y conmoverle tanto? ¿Sería posible que todo su ser hubiera quedado irrevocablemente abierto e indefenso ante el poder de sus artes?
Se estremeció, negando violentamente tales posibilidades; no quería nada de ellos, nada que no fuese aquello que ya necesitaba inexorablemente: su sangre.
(...)
Puedo convertir ideas en palabras. No puedo hacer arte con palabras. Quizá las palabras sean el medio equivocado. El habla es un invento humano, utilizado para intercambiar interminables retazos de cotilleos, quejas y deseos. Creo que para mí el habla es algo adoptado. No es una herramienta que me resulte natural. ¿Tengo algún medio propio?
Siempre he utilizado las palabras para el engaño y la manipulación (como creo que ya le dije en una ocasión). A ustedes las palabras les sirven para identificar la verdad. A eso atribuyo parte de la intensidad y fascinación de la experiencia.
(...)
En estos tiempos un vampiro tenía muchas dificultades para encontrar un sitio donde reposar, a menos que optara por los traicioneros túneles de alguna mina abandonada en la que ningún ser inteligente pondría el pie. Por otra parte, ningún vampiro inteligente entraría tampoco en ellos.
(...)
«Si quisiera dormir... pero no quiero hacerlo», pensó.
El largo sueño era su último recurso, el refugio que utilizaba para escapar a un desastre inevitable. Aquel sueño encerraba sus propios peligros. Ninguna criatura se acuesta por la noche con la seguridad de que podrá volver a levantarse por la mañana para vivir un nuevo día. Weyland sabía que las probabilidades de sufrir una catástrofe eran muy numerosas: un derrumbe, el ser descubierto, algún cambio geológico que acabara con la humedad que necesitaba... O despertar y encontrarse un mundo demasiado complicado para sus poderes de adaptación, o demasiado venenoso, o donde la vida humana fuera demasiado escasa.
(...)
Despertar era lo peor.
Cuando despertaba era un cadáver viviente surgido de alguna superstición popular como las que había en las transcripciones de Irv: tenía la piel descolorida y marchita, tensada sobre los huesos, y su mente era como una caverna con la consciencia andando a tientas en ella, buscando una dirección que seguir. Era un fantasma, un espectro, sin hambre pero que sabía que debía alimentarse pronto o morir; sabía que había vivido antes, pero ignoraba el cuándo o el cómo, y sabía que el conocimiento de esas existencias anteriores estaría disponible cuando lo necesitara... pero no los acontecimientos ni los recuerdos concretos; sabía que no debía hacer ningún intento de evocar tales recuerdos. Nada debía distraerle de la inmensa tarea que suponía el abrirse paso por el nuevo mundo con el que se enfrentaba.
(...)
Ya no estaba demasiado seguro de haber logrado cumplir con la exigencia básica de un depredador cuya especialización se hubiera visto coronada por el éxito, la de escoger una presa tan capaz de lograr el éxito como él mismo. Le irritaba pensar que su existencia dependía de la débil e indisciplinada voluntad de los seres humanos.
(...)
Para los humanos sobrevivir era como mucho un asunto de algunas décadas, mientras que para él quizá hubiera siglos en juego. La escala temporal en que vivía le apartaba irremisiblemente de la humanidad.
(...)
Y, con una amarga claridad, supo cuál era la razón de que cada largo sueño le hiciera olvidar la vida que precedía a ese sueño. Olvidaba porque no podría sobrevivir a los detalles de un pasado inmenso, cargado con el peso de todos aquéllos que le importaron. No era extraño que el arte, los sueños o la historia que cobraban una vida demasiado clara y potente en el lenguaje humano resultaran tan peligrosos para él. Podían llegar hasta los depósitos de sensaciones y sentimientos enterrados en su mente durante el periodo de los sueños. No estaba hecho para soportar la pena y el dolor, y menos aún las penas y los dolores que iban acumulándose unos sobre otros durante siglos de pérdidas. Los seres humanos tenían una existencia corta e incluso para ellos había un límite a la cantidad de dolor que podían soportar; bastaba con fijarse en Irv.
El remedio se encontraba allí, en eso mismo que su mente acababa de pasar por alto hacía tan sólo unos instantes. Cuando las relaciones con los demás eran demasiado dolorosas, él podía recurrir a una salida que Irv no tenía a su alcance. Corriendo ciertos riesgos y pagando un precio que no le era posible calcular, podía escoger el olvido y la nada del largo sueño.
No soy el monstruo que se enamora y es destruido por sus sentimientos humanos. Soy el monstruo que perdura, fiel a sí mismo.
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