Poemas de Hèctor Rojas Herazo
El forastero
El alba inventó su caballo Buscaba, tal vez, Una sombra en el muro No hay salvación. Instante Ya sabemos que la rosa Pero sabemos también Las mieles de la noche Mira bien esas hojas furtivas, Ha llegado desde el alba Tu rostro como atónita flor escuchando la vida Tal vez llegamos aquí únicamente No olvides mi deseo
y el día lo convirtió en aquel jinete
que sumergía en el viento
sus brazos amarillos.
La orilla del verano
o buscaba,
en las calles ardientes,
a quien confiar
aquella luz de sombra
que enlutaba su mirada.
Más allá del instante
en su duro esplendor
estás inmerso.
Sus llamas te aprisionan
y liberan
y en su efímera eternidad
arden tus sueños.
es aroma de la espina
y que el consuelo lo forja
el dolor que nos destruye.
Que un triste fulgor nos sueña
caminando sin destino
por donde ni existe polvo
para trazar un camino.
ese ardido silencio
que lame las ventanas.
desde sus propias sombras
a abrir puertas selladas,
a buscar un gemido
que articule su idioma.
Es la noche.
Todo el ímpetu de un día
que humedeció su lumbre
para arder en tus manos.
para merecer esto:
Escuchar el silbo del tiempo en la casa
que es nuestro propio rumor
en el rumor de nuestros muertos.
O para ver cómo se alarga y se acuclilla
la sombra de un árbol en el dintel
o cómo suena el aire
(los ángeles y demonios que rugen
y susurran en el viento)
cuando nos acercamos a beber,
y el vaso de peltre, más que con el
borde del cántaro, resuena/
en la ternura de nuestro corazón.
mis manos restregando el torso del mundo.
No olvides mi rostro desvalido,
el hambre de mis ojos,
ni tampoco la forma en que nutrí mi soledad
y me miré sin término
y mitigué mi sed
en la sed de tus ojos.
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