El extranjero
Pensè que me bastaba dar media vuelta y todo quedarìa concluido. Pero toda una playa vibrante de sol apretàbase detràs de mì. Di algunos pasos hacia el manantial. El àrabe no se moviò. A pesar de todo, estaba todavìa bastante lejos. Parecìa reìrse, quizà por el efecto de las sombras sobre el rostro. Esperè. El ardor del sol me llegaba hasta las mejillas y sentì las gotas de sudor amontonàrseme en las cejas. Era el mismo sol del dìa en que habìa enterrado a mamà y, como entonces, sobre todo me dolìan la frente y todas las venas juntas bajo la piel. Impelido por este ardor que no podìa soportar màs, hice un movimiento hacia adelante. Sabìa que era estùpido, que no iba a librarme del sol desplazàndome un paso. Pero di un paso,un solo hacia adelante. Y esta vez, sin levanterse, el àrabe sacò el cuchillo y me lo mostrò bajo el sol. La luz se inyectò en el acero y era como una larga hoja centelleante que me alcanzara en la frente.(...) Todo mi ser se distendiò y crispè la mano sobre el revòlver. El gatillo cediò, toquè el vientre pulido de la culata y allì, con el ruido seco y ensordecedor, todo comenzò...
Albert Camus.
El Extranjero.
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