Crimen y castigo.
-Buenos dìas -dijo Raskolnikof, luchando porque su tono sonara normal-. Le traigo..., le traigo una cosa para empeñar, Alena Ivanovna. Vayamos a la luz.
Y se dirigiò resueltamente al interior, seguido por la vieja (...)
-Mire esto- y le mostrò el paquetito.
Pero la vieja, en vez de tomarlo, escrutò al joven con sus ojos de bruja. Raskolnikof creyò leer en ellos la burla, y pensò que habìa adivinado sus intenciones. Tuvo miedo y nada faltò para que huyera de allì.
-¿Por què me mira asì? -preguntò a la usurera.
-¡Vaya manera de presentarse! -exclamò la vieja, màs tranquilizada-. ¿Què me traes?
-Una pitillera de plata.
-Pero ¿què te ocurre? Tus manos tiemblan.
-tengo fiebre. No es bueno estar sin comer.
Alena Ivanovna le arrebatò el paquetito de las manos. Mientras lo desenvolvìa, Raskolnikof se desabrochò el gabàn y sacò el hacha del nudo corredizo, mas la mantuvo bajo el abrigo. La vieja se hallaba vuelta de espaldas. Sobreponiendose a sus mareos, el joven esgrimiò el hacha y la alzò por encima de la cabeza de la usurera, dejàndola caer con fuerza. Alena lanzò un leve grito y perdiò el equilibrio. Raskolnikof le descargò dos hachazos màs, en el mismo sitio, y la sangre brotò en chorro. La mujer se desplomò sin vida.
Fedor Dostoiewski.
Crimen y castigo.
Y se dirigiò resueltamente al interior, seguido por la vieja (...)
-Mire esto- y le mostrò el paquetito.
Pero la vieja, en vez de tomarlo, escrutò al joven con sus ojos de bruja. Raskolnikof creyò leer en ellos la burla, y pensò que habìa adivinado sus intenciones. Tuvo miedo y nada faltò para que huyera de allì.
-¿Por què me mira asì? -preguntò a la usurera.
-¡Vaya manera de presentarse! -exclamò la vieja, màs tranquilizada-. ¿Què me traes?
-Una pitillera de plata.
-Pero ¿què te ocurre? Tus manos tiemblan.
-tengo fiebre. No es bueno estar sin comer.
Alena Ivanovna le arrebatò el paquetito de las manos. Mientras lo desenvolvìa, Raskolnikof se desabrochò el gabàn y sacò el hacha del nudo corredizo, mas la mantuvo bajo el abrigo. La vieja se hallaba vuelta de espaldas. Sobreponiendose a sus mareos, el joven esgrimiò el hacha y la alzò por encima de la cabeza de la usurera, dejàndola caer con fuerza. Alena lanzò un leve grito y perdiò el equilibrio. Raskolnikof le descargò dos hachazos màs, en el mismo sitio, y la sangre brotò en chorro. La mujer se desplomò sin vida.
Fedor Dostoiewski.
Crimen y castigo.
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