Poemas de Jaime Sabines
Horal
El mar se mide por olas,
El cielo por alas,
Nosotros por lágrimas.
El aire descansa en las hojas,
El agua en los ojos,
Nosotros en nada.
Parece que sales y soles,
Nosotros y nada...
Lento, amargo animal
Que soy, que he sido,
Amargo desde el nudo de polvo y agua y viento
Que en la primera generación del hombre pedía a Dios.
Amargo como esos minerales amargos
Que en las noches de exacta soledad
-maldita y arruinada soledad
sin uno mismo-
trepan a la garganta
y, costras de silencio,
asfixian, matan, resucitan.
Amargo como esa voz amarga
Prenatal, presubstancial, que dijo
Nuestra palabra, que anduvo nuestro camino,
Que murió nuestra muerte,
Y que en todo momento descubrimos.
Amargo desde dentro,
Desde lo que no soy,
-mi piel como mi lengua-
desde el primer viviente,
anuncio y profecía.
Lento desde hace siglos,
Remoto - nada hay detrás -,
Lejano, lejos, desconocido.
Lento, amargo animal
Que soy, que he sido.
LOS AMOROSOS
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se estan yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre- ¡ que bueno !-
han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.
Los he visto en el cine,
Frente a los teatros,
En los tranvías y en los parques,
Los dedos y los ojos apretados.
Las muchachas ofrecen en las salas oscuras
Sus senos a las manos
Y abren la boca a la caricia húmeda
Y separan los muslos para invisibles sátiros.
Los he visto quererse anticipadamente, adivinando
El goce que los vestidos cubren, el engaño
De la palabra tierna que desea,
El uno al otro extraño.
Es la flor que florece
En el día más largo,
El corazón que espera,
El que tiembla lo mismo que un ciego en un presagio.
Esa niña que hoy vi tenía catorce años,
a su lado sus padres le miraban la risa
Igual que si ella se la hubiera robado.
Los he visto a menudo
- a ellos, a los enamorados-
en las aceras, sobre la yerba, bajo un árbol,
encontrarse en la carne,
sellarse con los labios.
Y he visto el cielo negro
En el que no hay ni pájaros,
Y estructuras de acero
Y casa pobres, patios,
Lugares olvidados.
Y ellos, constantes, tiemblan
Se ponen en sus manos,
y el amor se sonríe, los mueve , les enseña,
igual que un viejo abuelo desengañado.
El mar se mide por olas,
El cielo por alas,
Nosotros por lágrimas.
El aire descansa en las hojas,
El agua en los ojos,
Nosotros en nada.
Parece que sales y soles,
Nosotros y nada...
Lento, amargo animal
Que soy, que he sido,
Amargo desde el nudo de polvo y agua y viento
Que en la primera generación del hombre pedía a Dios.
Amargo como esos minerales amargos
Que en las noches de exacta soledad
-maldita y arruinada soledad
sin uno mismo-
trepan a la garganta
y, costras de silencio,
asfixian, matan, resucitan.
Amargo como esa voz amarga
Prenatal, presubstancial, que dijo
Nuestra palabra, que anduvo nuestro camino,
Que murió nuestra muerte,
Y que en todo momento descubrimos.
Amargo desde dentro,
Desde lo que no soy,
-mi piel como mi lengua-
desde el primer viviente,
anuncio y profecía.
Lento desde hace siglos,
Remoto - nada hay detrás -,
Lejano, lejos, desconocido.
Lento, amargo animal
Que soy, que he sido.
LOS AMOROSOS
Los amorosos callan.
El amor es el silencio más fino,
el más tembloroso, el más insoportable.
Los amorosos buscan,
los amorosos son los que abandonan,
son los que cambian, los que olvidan.
Su corazón les dice que nunca han de encontrar,
no encuentran, buscan.
Los amorosos andan como locos
porque están solos, solos, solos,
entregándose, dándose a cada rato,
llorando porque no salvan al amor.
Les preocupa el amor. Los amorosos
viven al día, no pueden hacer más, no saben.
Siempre se estan yendo,
siempre, hacia alguna parte.
Esperan,
no esperan nada, pero esperan.
Saben que nunca han de encontrar.
El amor es la prórroga perpetua,
siempre el paso siguiente, el otro, el otro.
Los amorosos son los insaciables,
los que siempre- ¡ que bueno !-
han de estar solos.
Los amorosos son la hidra del cuento.
Tienen serpientes en lugar de brazos.
Las venas del cuello se les hinchan
también como serpientes para asfixiarlos.
Los amorosos no pueden dormir
porque si se duermen se los comen los gusanos.
En la obscuridad abren los ojos
y les cae en ellos el espanto.
Encuentran alacranes bajo la sábana
y su cama flota como sobre un lago.
Los amorosos son locos, sólo locos,
sin Dios y sin diablo.
Los amorosos salen de sus cuevas
temblorosos, hambrientos,
a cazar fantasmas.
Se ríen de las gentes que lo saben todo,
de las que aman a perpetuidad, verídicamente,
de las que creen en el amor
como una lámpara de inagotable aceite.
Los amorosos juegan a coger el agua,
a tatuar el humo, a no irse.
Juegan el largo, el triste juego del amor.
Nadie ha de resignarse.
Dicen que nadie ha de resignarse.
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación.
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla,
la muerte les fermenta detrás de los ojos,
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.
Les llega a veces un olor a tierra recién nacida,
a mujeres que duermen con la mano en el sexo,
complacidas,
a arroyos de agua tierna y a cocinas.
Los amorosos se ponen a cantar entre labios
una canción no aprendida,
y se van llorando, llorando,
la hermosa vida.
Los he visto en el cine,
Frente a los teatros,
En los tranvías y en los parques,
Los dedos y los ojos apretados.
Las muchachas ofrecen en las salas oscuras
Sus senos a las manos
Y abren la boca a la caricia húmeda
Y separan los muslos para invisibles sátiros.
Los he visto quererse anticipadamente, adivinando
El goce que los vestidos cubren, el engaño
De la palabra tierna que desea,
El uno al otro extraño.
Es la flor que florece
En el día más largo,
El corazón que espera,
El que tiembla lo mismo que un ciego en un presagio.
Esa niña que hoy vi tenía catorce años,
a su lado sus padres le miraban la risa
Igual que si ella se la hubiera robado.
Los he visto a menudo
- a ellos, a los enamorados-
en las aceras, sobre la yerba, bajo un árbol,
encontrarse en la carne,
sellarse con los labios.
Y he visto el cielo negro
En el que no hay ni pájaros,
Y estructuras de acero
Y casa pobres, patios,
Lugares olvidados.
Y ellos, constantes, tiemblan
Se ponen en sus manos,
y el amor se sonríe, los mueve , les enseña,
igual que un viejo abuelo desengañado.
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