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estabolsanoesunjuguete

Kafka...

Kafka... La soledad que parece encarar a todo aquél que se dedica a una labor creativa y que puede resultar tan amarga, al punto de imponerse a la creación misma, fue una de las tantas luchas que Kafka afrontó con valentía silenciosa y bonhomía tan propias en él, o por lo menos esa es la impresión que me dá y es una de las razones para que lo cuente entre mis autores favoritos.
Kafka al parecer nunca se deja vencer por el desaliento, como si la desesperación fuera pasto propicio para un mayor arraigo aún en la vida, porque hasta de la enfermedad extrae voluptuosidad, como queda marcado en una de sus cartas a Milena, porque hasta en sus más oscuros pasajes se percibe un aliento de humanidad tan animal, tan prímigenio que uno queda sorprendido, el soldado y el condenado de La colonia penitenciaria, que se arrastran tras el viajero, obligándolo a amenazarlos con una cuerda, o el chico de afán justiciero del Fogonero que se vé involucrado en un laberinto de buenas intenciones mezcladas con burocracia...
Kafka no disputó espacio con su soledad, la defendió de una manera dolorosa sin dejarse amargar por ello, sus obras no traslucen amargura,quizás si culpa, anhelos de evasión, la angustia del hombre perdido en el laberinto que él mismo ha cavado, pero nunca amargura, posibilidades infinitas jamás resueltas dada precisamente su infinitud.
La dolorosa conquista de una destinación y los sacrificios que debemos ir haciéndo en aras de propiciarnos deidades benevolentes (el abandono de la criada a manos del mozo en El médico rural,para al final acabar en cama del enfermo, postrado de humanidad), pero nunca dejadez frente a la travesía.
El camino es largo y complicado pero el Gordo lo recorre aunque se lo lleve la corriente...

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