El clan que se robó la costa
El clan que se robó la costa (I)
por JOAQUÍN ROBLES ZABALA
Es el grupo político más poderoso que ha tenido la costa norte colombiana en los últimos 40 años. Y a pesar de su debacle, en 2014 sacaron congresistas y hoy sueñan con la alcaldía de Cartagena.
La tercera es la vencida, reza el adagio, pero para Jairo Alberto Verbel Villadiego, más conocido como Mono loco, un exparamilitar que según las autoridades de Sucre fue durante muchos años el hombre de confianza del desaparecido líder de las Autodefensas Unidas de Colombia Rodrigo Mercado Pelufo, alias Cadena, la suerte se le acabo en la séptima oportunidad que los sicarios dispararon contra el auto en el que viajaba en compañía de su esposa y su pequeña hija. Hacía apenas unos meses, mientras transitaba por el barrio El Cabrero de Sincelejo fue sorprendido por una ráfaga de disparos. El exparamilitar resultó ileso en esa oportunidad pero en el hecho murió un indigente que pasaba por el lugar cuando se desató la balacera.
El Mono loco era señalado por las autoridades de ser el autor material de una veintena de homicidios y de una docena de intentos de asesinatos. Había sido recluido en varias cárceles de la costa norte colombiana donde trataron de asesinarlo en tres oportunidades. El 13 de noviembre de 2014 tenía poco tiempo de haber abandonado su sitio de reclusión en Las Mercedes, Montería, cuando una ráfaga de disparos impactó su cuerpo, matándolo al instante, e hiriendo a la pequeña de dos años que lo acompañaba. Milagrosamente su esposa, que viajaba a su lado, resultó ilesa.
Nada de lo anterior debería sorprender si se piensa que el paramilitarismo ha sido, al igual que las guerrillas y las bandas criminales, uno de los factores generadores de violencia más significativos de la historia colombiana. Sin embargo, la muerte del paramilitar Jairo Alberto Verbel Villadiego debería ser para las autoridades -por lo menos- el punto de arranque de las pesquisas que den con la captura de los sicarios y los autores intelectuales del crimen, pues era el último de los testigos clave de la Fiscalía General de Nación contra una de las investigaciones que el ente acusador lleva contra Álvaro “El Godo” García, un excongresista sucreño -cuñado de la también exsenadora Piedad Zuccardi- condenado en 2010 por la Corte Suprema de Justicia a pagar cuarenta años de presión por ser considerado el cerebro de la masacre de Macayepo en septiembre de 2000, donde perdieron la vida quince campesinos.
El Clan García, como se le conoce abiertamente en la costa norte colombiana, especialmente en Sucre y Bolívar, es, sin duda, uno de los grupos políticos tradicionales más poderosos de la región. Durante las últimas décadas ha manejado gran parte de los municipios de estos dos departamentos como si se tratase de un negocio familiar, ha colocado en sus respectivas administraciones a los alcaldes y gobernadores que ha querido y ha desangrado las arcas municipales y departamentales de manera sistemática, prolongando de esta forma la pobreza que ha caracterizado a una de las regiones, contradictoriamente, más activas del país en cuento a ganadería se refiere.
La historia de este cacicazgo político es larga y parece sacada de la célebre novela El padrino, de Mario Puzo. Su ascenso meteórico al panorama nacional se dio en la década del ochenta, pero fue en los noventa, durante el cuestionado mandato presidencial de Ernesto Samper Pizano, cuando el país supo de su existencia, a través de las denuncias hechas por el entonces excandidato a la presidencia de la República Andrés Pastrana, quien destapó el escándalo de los narcocasetes que dio origen al recordado Proceso 8000.
Sin embargo, en 1988, Álvaro García Romero, una de las figuras más representativas del clan, un hombre de casi doscientos kilos y de rostro colorado, fue el centro de un escándalo al incluir, en el debate definitorio de la Cámara de Representas, el ‘orangután’ que echó al traste el proyecto de Reforma Agraria propuesta por el entonces presidente Virgilio Barco y que, por el contrario, benefició a los terratenientes del país y dejó mal parado a los campesinos más pobres de la nación.
En la década del noventa, la fortuna del clan creció como la espuma de una cerveza recién destapada, pero así mismo sus escándalos. En una conversación que las autoridades interceptaron al capo del cartel de Cali Gilberto Rodríguez Orejuela con el periodista y relacionista público Alberto Giraldo López salieron a relucir los nombres de Juan José y Álvaro García, a quienes se les había hecho entrega de unos cheques cuyos montos no fueron esclarecidos pero que les permitió a los entes de seguridad del Estado poner su lupa sobre el Clan García. Poco después, Juan José, senador de República y esposo de Piedad Zuccardi, se encontró nuevamente en el ojo del huracán cuando la Corte Suprema de Justicia lo investigó por la apropiación de 110 millones de pesos de auxilios parlamentarios. En 2007, la misma Corte determinó su culpabilidad y lo condenó a tres años y medio de presión por el delito de peculado por apropiación. Pero los acontecimientos que llevarían a los miembros de este clan a protagonizar los escándalos políticos de corrupción más recordados de la región Caribe, aún estaban por darse.
Todo parece indicar que para este grupo de caciques electoreros los escándalos se han constituido en una forma eficaz de hacer política. No olvidemos, entre otros, a Héctor García Romero, un reconocido constructor de ‘La Heroica’, quien en 1992 le propuso al alcalde de entonces, a través del Instituto Nacional de Vivienda de Interés Social y Reforma Urbana [Inurbe], la adquisición de los terrenos de Chambacú para llevar a cabo un proyecto urbanístico. Como era de esperarse, el proyecto se adjudicó, pero poco después, como cosa curiosa, el mismo proponente se convirtió en el gerente del cuestionado Inurbe. La razón: el alcalde de entonces era su hermano Gabriel García Romero y el ministro de Desarrollo, Luis Alberto Moreno, un conocido de la familia.
Ocho años después de este escándalo, el país conoció el entuerto del miti miti por la liquidación de la empresa telefónica de Cartagena, Telecartagena. La publicación del audio de unos casetes por el entonces gerente de la empresa, Francisco Martelo, dejó al descubierto una lista larga de contratos ilegales que involucraban al exsenador Juan José García y a su grupo familiar. Entre los delitos que se le atribuían se encontraban contratos millonarios adjudicados a dedo por más de 880 millones de pesos, sobrevaloración en los contratos de translación de líneas, nóminas paralelas, pagos a contratistas inexistentes y anticipos económicos sin la firma legal de los contratos. No hay que olvidar que los García Romero apoyaron económica y políticamente tanto a Ernesto Samper Pizano como a Andrés Pastrana en la intención de estos de llegar a la Casa de Nariño.
No obstante, cuando los contradictores del cuestionado emporio veían claro el debilitamiento y su posterior caída, los García Romero se alzaron de su casi muerte política como el mítico Ave Fénix de sus cenizas. Teresita García Romero, hermana de Juan José y Álvaro, fue nombrada cónsul en Fráncfort, Alemania, y ‘El Gordo’ obtuvo una curul en el senado de la República.
Por eso, a nadie le extrañó en Cartagena de Indias lo que vino después: la muerte política de los hermanos García Romero, pero el surgimiento de una nueva camada dispuesta a restaurar y sacar adelante el negocio familiar. Fue así en 1998, Piedad Zuccardi, respaldada por la Nueva Fuerza Liberal, cuyo líder en los departamentos de Bolívar y Sucre era su esposo, el exsenador Juan José García, alcanzó una silla parlamentaria con una de las votaciones más altas de los candidatos al Congreso de ese año: más de 80 mil sufragios. Sin embargo, ese triunfo que parecía ser el triunfo del juego democrático se convirtió nuevamente para el clan en una especie de Espada de Damocles. Las sospechas de que detrás de aquella masiva votación se movían como nubarrones las fuerzas oscuras del paramilitarismo de la región fue el primer campanazo de alerta para las autoridades. El nombre de Alfonso “El Turco” Hilsaca, un cuestionado personaje cuyas empresas han estado siempre asociado en los últimos veinte años a la política local y a las múltiples contrataciones que el distrito y el departamento llevan a cabo con estas, salió a relucir poco después.
Hilsaca, que saltó de ser un trabajador raso del desaparecido Terminal Marítimo de Cartagena a un hombre con una enorme fortuna, ha tenido sobre sus espaldas varias investigaciones de la Fiscalía. A pesar de los señalamientos que lo sindican de ser el autor intelectual de una veintena de homicidios cometido en La Heroica y su alrededores, entre estos el de cuatro prostitutas que fueron baleadas en febrero de 2003 frente a las bancas que se alzan a un costado del emblemático Reloj Público, la suerte parece sonreírle no obstante de que alias Juancho Dique, el sanguinario exparamilitar del frente Héroes del Canal del Dique, haya declarado en versión libre para la Fiscalía sobre las reuniones que sostuvo con Hilsaca y un grupo de alcaldes del departamento para hablar, entre otros temas, de la participación de las empresas del “Turco” en los contratos de los municipios.
Para Piedad Zuccardi, actual matrona del clan García, los señalamientos anteriores solo hacen parte del repertorio de cuentos chinos y las acusaciones falsas con las que se ha intentado vincular a su núcleo familiar con el paramilitarismo. A pesar de la negativa de la exsenadora, de acusar a sus enemigos políticos de fabricar testigos que la señalan de ser partícipe de las reuniones con Iván Roberto Duque o alias Ernesto Báez, uno de los cabecilla del Bloque Central Bolívar de las AUC, las investigaciones realizada por la Corte Suprema de Justicia y la Fiscalía General de la Nación contradicen sus afirmaciones.
No hay que olvidar que Zuccardi fue la mano derecha del expresidente Álvaro Uribe en Bolívar y Sucre y una de las responsables de esa masiva votación que lo llevó a la Casa de Nariño. Desde entonces su relación con el presidente y su entorno político fue estrecha. Unidos por ese vínculo que parecía irrompible, los beneficios económicos para el clan fueron inmensos, pues muchos de los familiares y cercanos a la senadora se beneficiaron de millonarios contratos con el Estado.
http://www.semana.com/opinion/articulo/joaquin-robles-zabala-el-clan-que-se-robo-la-costa-i/432173-3
2015/06/30 19:13
El clan que se robó la costa (II)
por JOAQUÍN ROBLES ZABALA
Para el clan García Romero-Zuccardi, el color político
es lo de menos, lo importante es el poder. De ahí que
hayan apoyado por igual las candidaturas a la
presidencia de Samper, Pastrana, Uribe, Zuluaga y
Santos.
El escándalo de la Corporación Autónoma Regional del
Río Grande de la Magdalena, Cormagdalena, una entidad
representada en los noventa por Eduardo Hernández
Peña, primo de Juan José García, y cuya finalidad era
la prevención y mitigación de inundaciones en varias
regiones del país, fue apenas la punta de un
gigantesco iceberg. En 2010, un año después de haber
recibido los anticipos correspondientes para la
realización de las obras de mejoramiento y adecuación
de las riberas del Canal del Dique, se produjo la
catástrofe que dejó gran parte de esa zona del
departamento de Bolívar bajo el agua. Las lluvias
intensas cayeron durante más de quince días seguidos y
muchas familias perdieron sus casas. Las aguas del
río abandonaron su cauce y, desde arriba, las cámaras
de los noticieros que sobrevolaban la zona inundada
dejaban ver un panorama desolar: animales muertos
flotando en las aguas estancadas, cosechas perdidas y
un enorme boquete de varios metros abierto por la
fuerza de las aguas que dividió la carretera en dos y
represó la circulación de los automotores que entraban
o salían en dirección a Cartagena y los corregimientos
y municipios vecinos.
“Sobre eso no tengo ninguna responsabilidad y no he
tenido ninguna injerencia”, declaró la entonces
senadora Zuccardi para la cadena radial Caracol. Así
mismo explicó que quienes buscaban vincularla con la
situación, crearon una relación inexistente, pues ella
no tuvo nada que ver con los contratos que se le
adjudicaron a Cormagdalena y que la persona a cargo de
los trabajos de reparación de la ribera era solo un
primo segundo de su marido, por lo que Hernández Peña
y quienes adjudicaron las obras debían responder por
esa lamentable situación. Y concluyó diciendo que
detrás de esos señalamientos que buscaban crearle
lazos con Cormagdalena solo se pretendía dañar su
imagen y su trabajo como senadora de la República.
En Cartagena de Indias, donde Piedad Zuccardi y su
esposo Juan José García tienen desde hace varias
décadas su residencia, muy pocos creyeron su versión.
Los rumores que corrieron por las calles, esquinas y
plazas de La Heroica no eran solo la innegable
responsabilidad del clan en el desastre que afectó un
número amplio de familias que cada año sufría los
desbordamientos, sino que los dineros de los anticipos
para darle solución al problema habían sido desviados
a otros negocios que no tenían nada que ver con la
contención del cauce del río. Lo anterior pareció
cobrar fuerza después de que los medios de
comunicación mostraran las imágenes devastadoras de la
naturaleza implacable y los directivos de Cormagdalena
corrieran a taponar con bolsas de arena y estacas de
madera las orillas del canal para evitar así que las
furiosas corrientes del río siguieran fluyendo hacia
los cultivos de arroz y maíz que habían quedado
sumergidos.
La influencia de los García Romero-Zuccardi llegó a
ser tan amplia en Bolívar y Sucre que sus decisiones
eran órdenes. No solo parecían tener el poder político
y económico de la región sino que mantenían
prácticamente un control de vigilancia policial sobre
ese caudal de votantes que habían conquistado con
tramoyas, regalos, empleos y amenazas. Lo anterior se
hizo más evidente cuando, al ganar su curul en el
Senado, el “Gordo” García insultó al comandante de la
Policía de Sucre porque este, al cierre de la jornada
electoral, no le permitió entrar a las oficinas de la
registraduría donde los jurados hacían un recuento de
los votos. Recuerdan los testigos del hecho que García
agarró por la solapa del uniforme y lo amenazó: “Voy
hacer que te echen de esta mierda”.
Al parecer, no era la primera vez que ese hombre de
aspecto intimidante, alto y de cuerpo voluminoso
utilizaba la fuerza física para lograr un propósito.
Muchos políticos y alcaldes de la región le temían. Su
fama belicosa y su rostro siempre serio producían
escozor entre sus contradictores. Resulta imposible
olvidar las palabras de Eudaldo León Díaz Salgado,
Tito para su amigos, el asesinado exalcalde del
municipio del Roble, Sucre, aquella tarde en que, en
medio de uno de los consejos comunitarios del entonces
presidente Álvaro Uribe, tomó el micrófono para
informarle al mandatario que su cabeza tenía precio y
que le prestara seguridad porque lo iban a matar. El
resultado de aquella denuncia la conoce muy bien el
país: ni el Álvaro Uribe le prestó seguridad, ni las
autoridades locales hicieron lo suficiente para
preservarle la vida.
Los únicos que sí tomaron atenta nota de aquella
intervención fueron los esbirros de Salvador Arana --
gobernador de Sucre y amigo personal de Álvaro García
Romero--, quienes, desde ese instante, pusieron en
funcionamiento la máquina de la muerte que terminaría
con la vida del militante del Polo Democrático.
Era tanto el temor que infundía el “Gordo” entre sus
subalternos políticos que los ganaderos del
departamento debían aportar sus cuotas económicas
mensuales para la seguridad de la región y, asimismo,
asistir sin contratiempo a las reuniones que se
programaban en alguna de las fincas ganaderas de
Sucre. Esto le ganó el apodo del mecenas del
paramilitarismo, pues según la Corte Suprema de
Justicia, en la sentencia que lo condenó a cuarenta
años de cárcel, fue él --con la ayuda de los Castaño y
el apoyo de Salvador Arana y Rodrigo Mercado Pelufo,
alias Cadena, entre otros— quien le dio vida a ese
proyecto sanguinario en esa zona del país que no solo
buscaba defender sus propiedades de los posibles
ataques de la guerrilla, sino también mantener una
hegemonía política que fuera tan eficaz como una
tenaza. Esto implicaba sellar un pacto en el que las
administraciones de Sucre y Bolívar giraran en torno a
ese proyecto.
Fue así como en el 2004 Jorge Anaya, quien fuera
investigado por la Corte Suprema de Justicia y
condenado posteriormente por concierto para delinquir,
organizar, promover y financiar grupos armados al
margen de la ley, llegó a la Gobernación de Sucre.
Según declaraciones de Marco Tulio Pérez, alias El
Oso, para un fiscal de Justicia y Paz, ese año él y
sus hombres le aportaron al futuro gobernador un poco
más de 130 mil votos y Rodrigo Mercado Pelufo le hizo
entrega de 1500 millones de pesos para la compra de
sufragios en la capital sucreña, souvenirs y gastos
adicionales para la campaña. Pero Anaya le aportó, ya
como gobernador, un poco más de 200 millones de pesos
para la compra de armamentos y una cifra similar para
la adquisición de automóviles. Claro que detrás de
este entramado criminal estaba la mente perversa de
Álvaro García Romero, a quien la Corte Suprema de
Justicia lo encontró culpable, en 2010, de los delitos
de conformación y apoyo a grupo armados al margen de
la ley, concierto para delinquir, asesinato y
desplazamiento forzado con relación a la masacre de
Macayepo.
Por eso, para las autoridades que investigaron las
denuncias hechas contra la exsenadora Piedad Zuccardi,
les resultaba difícil creer que esta hubiera
permanecido al margen de los hechos que se sucedían en
torno a su grupo político y familiar. Mientras que en
Sucre el “Gordo” García imponía su ley, llevando a la
Gobernación del departamento a Jorge Anaya, en el
departamento de Bolívar Juan José García luchaba por
sacar adelante la candidatura a la Gobernación de su
amigo Alfonso López Cossio. Según declaraciones hechas
por los jefes exparamilitares Diego Vecino y Ernesto
Báez ante la Fiscalía, las reuniones en las que
participó Piedad Zuccardi se dieron en torno a este
tema, la Gobernación de Bolívar, ya que el otro
candidato, el arjonero Libardo Simanca, era la ficha
de Enilce López, la Gata, y el empresario Alfonso
Ilsaca para alcanzar la administración del
departamento.
Para Zuccardi, todo lo anterior no ha sido otra cosa
que un burdo montaje que busca enlodarla a ella y a su
esposo con la parapolítica. Por otro lado, tanto Báez
como Vecino han afirmado en reiteradas ocasiones para
la Fiscalía que en reuniones posteriores, realizadas
en una finca del municipio de Arjona, departamento de
Bolívar, estuvo presente Carlos Castaño, quien se
mostró complacido por la presencia de la entonces
senadora. A esas mismas reuniones se hicieron
presentes los mensajeros del entonces presidente del
Congreso, Javier Cáceres Leal, de quien Zuccardi
aseguró no haberlo conocido sino mucho tiempo después
en circunstancias relacionadas con su actividad como
congresista. Así mismo, ha expresado que ella es una
ciudadana de bien que nunca ha atentado contra el
Estado Social de Derecho, que el caudal de sus votos
proviene de un proceso democrático limpio, sin
contaminación.
A pesar de las declaraciones dadas por la exsenadora a
los medios de comunicación, donde ha expresado su
desacuerdo con el proceso judicial que se lleva en su
contra, reafirmando no conocer aquellos testigos que
dicen conocerla y que han sido la punta de lanza para
la apertura de las investigaciones que hoy la tienen
ad portas de una posible condena, tanto la Corte
Suprema como la Fiscalía han continuado compilando
las pruebas con las que se busca llegar a la verdad de
los hechos.
En Cartagena de India, ciudad adoptiva de la
excongresista, las opiniones al respecto están
divididas. Para algunos de los comentaristas políticos
de esquina que abundan en La Heroica, no hay duda de
esa relación oscura entre Zuccardi y su esposo con el
paramilitarismo en Bolívar y Sucre. Para otros, el
asunto no está del todo claro. En lo único en que se
advierte un acuerdo equilibrado es que el clan García
Romero-Zuccardi está debilitado, que la fuerza que
manejó hábilmente la política de la región durante
casi cuatro décadas empieza a sufrir fracturas.
Por otro lado, no hay que olvidar que este clan parece
tener más vida que un gato, y que su supervivencia en
lo últimos cuarenta años se ha debido a esa capacidad
de mimetizarse. A lo largo de este tiempo ha sido fiel
a la sentencia maquiavélica “el fin justifica los
medios”, lo que lo ha llevado a apoyar a los
candidatos a la Presidencia de la República sin
importar el color político. Lo hicieron con Ernesto
Samper Pizano en 1994 a pesar del escandaloso Proceso
8000, y con Andrés Pastrana cuatro años después. En el
2002 se constituyó en la tenaza política de Álvaro
Uribe Vélez en la costa norte colombiana, sumándole al
triunfo un poco más de trescientos mil sufragios. Lo
mismo hizo en el 2010 con Juan Manuel Santo y en el
2014 dividió el caudal de votos entre el candidato
del Centro Democrático, Óscar Iván Zuluaga, en la
primera vuelta, y el actual residente de la Casa de
Nariño en la segunda.
Que la exsenadora Piedad Zuccardi sea culpable o no de
los hechos de los que se le acusa, eso lo decidirá la
justicia. Pero no hay que olvidar que casi cuarenta
años de poder hegemónico del clan en una de las
regiones políticamente más controversiales de país no
se borran de un plumazo como quien borra un tablero.
En 2013, ante la grave enfermedad que llevó al alcalde
Campo Elías Terán Dix a abandonar el Palacio de la
Aduana, fue nombrado como burgomaestre interino Carlos
Otero Gerdts, un ingeniero civil de sesenta años,
egresado de la Universidad Javeriana de Bogotá, amigo
personal de Piedad y Juan José, quien una vez
posesionado desmontó el gabinete de Terán Dix y armó
en su remplazo uno conformado por personas cercana a
los García-Zuccardi. Aunque la prensa hizo un poco de
ruido al respecto, pues no había duda de que detrás de
esta jugada se movían intereses oscuros que iban en
contra del presupuesto de la ciudad, en la Casa de
Nariño no hubo pronunciamientos al respecto. La razón
era sencilla: el clan, dirigido ahora por la baronesa,
le había aportado a la primera campaña del presidente
Santos un poco más de doscientos ochenta mil votos, lo
que se había constituido para el mandatario en un
especie de deuda política cuyos intereses debían
pagarse. Lo anterior empezó a tener sentido en
diciembre de ese mismo año cuando Zuccardi y su marido
llevaron a cabo en su residencia de Cartagena de
Indias una despedida de año a la cual asistieron el
Primer Mandatario y la Primera Dama y el procurador
Alejandro Ordóñez y su señora esposa.
A nadie, por su puesto, le extrañó en Cartagena la
presencia de tan importantes personalidades de la
política nacional en la residencia de la controversial
pareja, cuestionada por su cercanía con el
paramilitarismo y cuyo clan ha estado en el ojo del
huracán de la violencia en la región desde que el
“Gordo” García fue condena por la Corte Suprema de
Justicia por la masacre de Macayepo.
La reunión, más que un evento que tenía como propósito
despedir el año viejo y recibir al nuevo, se
constituyó, según lo expresado por algunos
comunicadores cercanos al grupo, en una actividad para
engrasar la maquinaria política con miras a las
elecciones legislativas y presidenciales que se
avecinaban. De esta reunión hicieron parte, entre
otros, el gobernador de Bolívar, Juan Carlos Gossaín,
ficha clave de los García Zuccardi y amigo personal de
la exsenadora, y un grupo muy cercano al parapolítico
y expresidente del Congreso de la República Javier
Cáceres Leal, también condenado por la Corte Suprema
de Justicia y quien tiene pendiente otros cargos por
un supuesto desfalco a la Dirección Nacional de
Estupefacientes cuando era senador.
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