Megaupload
El cierre de Megaupload ha significado un impasse extraordinario para aquellos que nos gusta descargar contenido de internet, no porque las descargas hayan cesado, sino por las comodidades que ofrecía dicho servidor.
El problema del copyright no está, según yo lo veo, en vulnerar la propiedad intelectual de un autor, sino en vulnerar las posibilidades que tiene el receptor de dicho material cobijado con derechos de autor de acceder a un producto cultural; las grandes corporaciones que lo manejan todo han creado un modelo de negocio en el que no necesitan usuarios sino consumidores; han rediseñado las normas del gusto para que sólo nos causen satisfacción aquellos productos por ellos manufacturados.
Pero, ¿y si no tenemos dinero para pagar por el producto que ellos han diseñado? ¿Simplemente nos marginamos del consumo cultural?
O si conseguimos el dinero, pero por cuestiones de distribución, no podemos acceder al producto, ¿simplemente miramos hacia otro lado y compramos otra cosa?
Recuerdo antes de que explotara esto de internet, para acceder a la música había que tejer una compliacada red de intercambio que pasaba por multitud de prestamos y copias, en la que, como te cayera en suerte ser el último en la cadena, obtenías un producto de muy mala calidad. Cuando empecé a trabajar, un cd original costaba cinco o seis veces lo que yo ganaba en un día; así que mi consumo se veía limitado a aquellos discos que las tiendas colocaban a precios de saldo para salir de ellos: no niego que alcancé a conseguir verdaderas joyas, por lo menos para mí, pero era un proceso muy lento y agotador.
Con las películas era mucho más desalentador; en un país donde la cultura es un rubro que sólo interesa si da beneficios, las cintas distribuidas en los cines son de carácter netamente comercial, blockbusters de consumir y olvidar; en Cartagena, una ciudad que se precia de tener un Festival Internacional de Cine, el cine de autor, por llamarlo de una manera que lo diferencie del resto, brilla por su ausencia el resto del año, y con el tiempo, el Festival se ha convertido más en una entrega de premios de televisión que en un evento cinematográfico, es poca la información que se consigue, a menos que uno pertenezca a los "círculos" de la cultura local, el ciudadano de a pié es poco de lo que se entera. En televisión es peor, incluso los blockbusters sufren de recortes en aras de más espacio para la publicidad y en el único canal cultural a nivel nacional, la oferta es más bien pobre. Algo se logró hacer con la democratización de los canales por cable, pero de todas maneras faltaba todavía mucho más. Con las películas piratas vendidas en la calle se abrió la posibilidad de conseguir más cosas, pero a riesgo de muy mala calidad, doblajes insoportables y todo tipo de molestias.
Los libros. En nuestro país los libros son artículos de lujo, demasiado costosos para alguien que gane el sueldo mínimo. Y los cómics ni se diga, inexistentes, carisímos. En las bibliotecas públicas prima el cánon establecido, las ediciones atrasadas, la falta de interés del público en general.
Internet nos dio un respiro de todo eso, no digo que todo deba ser gratis, yo mismo he seguido comprando películas, libros y cds originales, eso sí, siempre en rebajas, porque no veo por qué la cultura que difiere del consumo deba seguir limitada a un gueto de frikies y coleccionistas, no veo por qué no se puede implementar otra estrategia de negocios que no implique vulnerar, humillar y tratar como a subnormales a los consumidores.
Puesto que todos hoy en día somos consumidores, más que ciudadanos, deberían existir regulaciones que amparen nuestro derecho a consumir lo que queramos, en el momento en que queramos, y no lo que el mercado nos ofrezca cuando el mercado lo considere redituable.
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