Aviso a los civilizados
Pero revolución supondría (…), la existencia de una clase que no sólo odia a su opresor, sino que sabe cómo combatirlo, y como hacer desaparecer los elementos cuya supresión es técnicamente necesaria para permitirle cometer todos los delitos.
(…) Lo que verdaderamente desea ese desire de revolution que en todos nosotros late, no es precisamente la supresión de tal o cual propiedad privada, ni la de algún elemento preciso de código de orden público o moral, sino el momento de la fiesta revolucionaria, tan parecida a la fiesta de los locos del medioevo o al carne-vale, tanto por sus contenidos inconcientes como por su utilidad social: el instante en el que el hombre reencuentra su perdida animalidad a través de la masa, y en el que, bajo el pretexto de un supuesto cambio social duradero, pero sobre todo bajo el escondrijo de la masa, va a permitirse la comisión de todos los delitos: parce que vous avez commencé la revolution par le crime, il faut la continuer par le crime, como intentó decir desde una celda de la Bastilla el divino marqués. Porque la revolución no es sino la máscara de un crimen.
(…)
Del erotismo, la revolución sólo conoce la violación. De la masa, las pasiones incendiarias. De la calumnia, la mutilación. Del crimen, el que no contiene pecado y puede por lo tanto celebrarse con chillidos, con furor: ¿qué hombre pequeño no ha soñado algún día con imágenes como estas, sacadas del archivo secreto d ela revolución?
(…)
Ese momento de la revolución, que constituye la clave de su deseo, no pertenece a la historia. La sociedad y la historia se han edificado no sobre una negación, sino sobre una absoluta forclusión. Lo que la sociedad forcluye es la animalidad, nunca perdida, y que revuelve cíclicamente y de diversas maneras en el lynch, en la guerra, en la revolución. Esa parte maldita no puede ser abolida, pero tampoco puede ser el objeto de una revolución. Está al otro lado d ela historia, como lo que se opuso a ella desde su principio. Y sin embargo, la historia no tiene otro futuro que ese: su aniquilación momentánea, semejante a un organismo. Y nosotros, esperar al héroe que, seduciendo nuestra parte histórica o social, nos lleve a la guerra y a la muerte, a la anti-historia. No hay pues, espiral ni progreso alguno. La historia es un retorno cíclico a su desaparición.
Leopoldo María Panero.
Aviso a los civilizados. Libertarias/Prodhufi, S.A., Madrid, 1990.
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