Mùsica
Todo cuanto no es mùsica es apariencia, error o pecado.
¡Ay! ¡Ojalà el hàlito de la muerte se elevara al cielo como una melodìa y revistiera a una estrella inmòvil con un himno sonoro!
Si no existiese la melodìa, ¿se encontrarìa alguna vez la mùsica con la muerte?
En el momento en que consigamos disolver toda la vida en un mar sonoro, no tendremos ya obligaciòn con lo Infinito.
Hay invasiones musicales de una fascinaciòn tan absoluta, que los suicidas parecen unos aficionados; el mar, rìdiculo; la muerte, una anècdota; la infelicidad, un pretexto; y el amor, una dicha. No puede hacerse ya nada, ni pensar nada. Y lo que uno querrìa entonces es que lo embalsamaran en un suspiro.
Quien ama verdaderamente la mùsica no busca en ella un refugio sino un noble desastre. ¿Acaso el universo no se eleva hacia la desintegraciòn por la mùsica?
Todos llevamos, en grados diferentes, una nostalgia del caos, la cual se expresa en el amor a la mùsica. ¿No es eso el universo en estado puro de la virtualidad? La mùsica lo es todo, menos el mundo.
Uno puede librarse de los tormentos del amor disolvièndolos en la mùsica. De esta manera, su ardiente fuerza se pierde en una vaga inmensidad.
Emil Cioràn.
El ocaso del pensamiento.
Tusquets editores, Barcelona, 1995.
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