En la galerìa
Si una dèbil, casi tìsica caballista fuese obligada por un implacable director latigo en mano y un pùblico incansable a dar vueltas ininterrumpidamente por la pista sobre un caballo lanzado a la carrera, repartiendo ininterrumpidamente besos y haciendo reverencias, y si este juego ofreciese perspectivas de prolongarse en un gris futuro, siempre con el incesante zumbido de los ventiladores y de la orquesta, y acompañado por los aplausos que pasan y vuelven y que en realidad hacen el efecto de martinetes, quizàe entonces un joven espectadoor de la galerìa bajase las largas escalinatas que cruzan todas las localidades, se largase a la pista, e imponièndose a las marchas de la siempre complaciente orquesta gritase:
-¡Alto!
Pero como no ocurre esto, una hermosa y sonrosada dama entra corriendo por entre los cortinajes que ante ella abren los orgullosos lacayos ; el director, con mirada deferente, se le acerca resollando como un animal, la sube sobre el caballo verde manzana como si fuese su nieta predilecta que emprende un viaje peligroso; no se decide a dar el latigazo inicial; finalmente, dominàndose, lo da. Miradas ansiosas siguen los saltos de la amzona; casi que no pueden comprender su destreza; el director trata de amonestarla con gritos en inglès; furiosamente exige de los peones que sostienen los arcos que pongan la mayor atenciòn; con los brazos en alto suplica a la orquesta que haga silencio antes del gran salto mortal; finalmente desmonta a la pequeña del trèmulo caballo; la besa en las dos mejillas y no considera suficientes todas las ovaciones, mientras ella, sostenida por èl, en puntas de pie y rodeada por el polvo, echa atràs la cabecita, quiere compartir su felicidad con todo el circo. Estando asì las cosas, el espectador de la galerìa apoya la cabeza en la baranda y hundièndose en la marcha final como en una pesadilla llora sin darse cuenta.
Franz Kafka.
Tomado de Relatos completos.
-¡Alto!
Pero como no ocurre esto, una hermosa y sonrosada dama entra corriendo por entre los cortinajes que ante ella abren los orgullosos lacayos ; el director, con mirada deferente, se le acerca resollando como un animal, la sube sobre el caballo verde manzana como si fuese su nieta predilecta que emprende un viaje peligroso; no se decide a dar el latigazo inicial; finalmente, dominàndose, lo da. Miradas ansiosas siguen los saltos de la amzona; casi que no pueden comprender su destreza; el director trata de amonestarla con gritos en inglès; furiosamente exige de los peones que sostienen los arcos que pongan la mayor atenciòn; con los brazos en alto suplica a la orquesta que haga silencio antes del gran salto mortal; finalmente desmonta a la pequeña del trèmulo caballo; la besa en las dos mejillas y no considera suficientes todas las ovaciones, mientras ella, sostenida por èl, en puntas de pie y rodeada por el polvo, echa atràs la cabecita, quiere compartir su felicidad con todo el circo. Estando asì las cosas, el espectador de la galerìa apoya la cabeza en la baranda y hundièndose en la marcha final como en una pesadilla llora sin darse cuenta.
Franz Kafka.
Tomado de Relatos completos.
0 comentarios