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La noche de Jacob

La noche de Jacob I
Tienes aquì el potente oleaje del mineral,
de la palabra, de la distancia y de la noche.
Sobre nosotros, temblando como un vasto filo,
el vidrio y la espuma de tus alas,
tu resplandor màs agudo y sonoro que la muerte.
Estàs entre el hombre y Dios
y las formas estallan, se retuercen,
te revelan fronteras que rechazan tu vuelo.
¡Oh, tù, mimado por el delirio y el lujo de la luz, vaporoso y flotante,
feliz entre la mùsica que difunde tu enigma!
Tù, la màs leve criatura de un abril
cuyo aroma no ha descendido aùn
sobre los gajos y el fragor de la tierra.
Contra tì la distancia, el terròn,
el torvo ceño de la casa, del peltre, de la madera y de la hoja.
Porque las normas en derrota
son creadoras de tu soplo inaudible,
porque divides,
porque en un fino sitio
tu voz rema en un aire donde Dios nos olvida.
Tener dientes, aquì, velados por el humo,
mordiendo secamente la paloma y la espada,
el hierro con los ojos, con las manos la llama.
Tenerte -¡oh, àngel!- despojar tu sonrisa,
nutrirnos de una dicha que fue nuestra,
que un enero del tiempo robaste a nuestra sangre.
¡Ay, nosotros respondemos por tu vuelo!
Ahora es el colibrì sobre las cañas,
ahora es el alba,
ahora es la mujer que requiere a su hijo
entre miles de hijos que la miran llorando.
Ahora es la alcoba
y el retrato
y la pared para el retrato.
Ahora es el nosotros,
lo que muere, respira,
se sacude y recuerda,
el nosotros que anulas con tu fuego invisible.

Hèctor Rojas Herazo

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