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estabolsanoesunjuguete

La guerra de las galaxias

Hace ya tanto tiempo que no puedo acordarme,
pero sé que ocurrió. No sé dónde. En galaxias
improbables, difusas. Acaso en mi cerebro
tan sólo. No recuerdo ni el tiempo ni el lugar,
pero pasó. Las cosas importantes que pasan
parecen no pasar. Una chica venía
del país de la muerte a jugar en tu sueño
contigo: era tu novia, la que se fue de viaje
por el cielo, y volvía para no abandonarte
nunca más. Sonreía como una aprición
surgida de las páginas d euna novela gótica
y, a la vez, como un hada d elos hermanos Grimm.
Se hacía llamar Leia en nuestros juegos. Leia
Organa, para ser más precisos. Un nombre
que sonaba a romance galáctico, a balada
espacial, a cantar de gesta del futuro.
Un nombre que sabía a chicle americano
y a bolsa de patatas fritas en el descanso
de una doble sesión de cine, y a caricias
desmañadas, y a celos, y a  promesas de amor.
Hace ya tanto tiempo que no puedo acordarme,
pero, sé que ocurrió. Y sé que a la princesa
Leia irán dirigidas mis últimas palabras
cuando la luz se apague, y que repetiré
su nombre en mi agonía, como si ella tuviese
un nombre, antes de hundirme en la ncohe total.
11 de julio de 2004

Luis Alberto de Cuenca.


Revista Coleccionistas de cine # 23, 2004, pág 20.

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