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La posibilidad de una isla

El efecto beneficioso de la compañía de un perro proviene de que es posible hacerlo feliz; pide cosas tan simples, su ego es tan limitado... Puede que en una época anterior las mujeres se encontrasen en una situación comparable: semejante a la de un animal doméstico. Sin duda había una forma de felicidad domótica, ligada al funcionamiento corriente, que ya no logramos entender; sin duda existía el placer de constituir un organismo funcional, adecuado, concebido para llevar a cabo una serie discreta de tareas; y estas tareas, al repetirse, constituían la serie discreta de los días. Todo esto ha desaparecido, como la serie de tareas; en realidad ya no podemos atribuirnos un objetivo. No conocemos las alegrías del ser humano; sus penas no nos perturban. Nuestras noches ya no vibran de terror o de éxtasis; sin embargo vivimos, pasamos por la vida sin alegría y sin misterio, el tiempo nos parece breve.
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Las mujeres dan una impresión de eternidad, con ese coño conectado a los misterios: como si se tratara de un túnel que da a la esencia del mundo, cuando en realidad sólo es un agujero para enanos, caído en desuso. Si pueden dar esa impresión, mejor para ellas; mi palabra es compasiva.
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En contra de la idea establecida,
La palabra no crea un mundo;
El hombre habla como ladra el perro,
Para expresar su ira o su temor.
El placer es silencioso,
Igual que ser feliz.
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El yo es la síntesis de nuestros fracasos; pero sólo es una síntesis parcial.
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—¿Sabes cómo se llama la parte carnosa que rodea la vagina?
—No.
—Mujer.
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La vida empieza a los cincuenta años, es cierto; con la salvedad de que termina a los cuarenta.
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Durante la primera parte de tu vida, no te das cuenta de tu felicidad hasta que la has perdido. Luego llega una edad, una segunda edad, en que sabes, en cuanto empiezas a vivir algo feliz, que acabarás perdiéndolo. (...) la tercera, la de la auténtica vejez, cuando el hecho de prever la pérdida de la felicidad impide incluso llegar a sentirla.
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algo dentro de mí sabía, siempre había sabido que termi-naría encontrando el amor; hablo del amor compartido, el único que vale la pena, el único que puede llevarnos de verdad a un orden de percepción diferente, donde la individualidad se resquebraja, donde las condiciones del mundo se modifican y su continuación se revela legítima. Sin embargo, yo no tenía nada de ingenuo; sabía que la mayoría de la gente nace, envejece y muere sin haber conocido el amor.
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al fin y al cabo hay ciertos límites, por mucho que todos tengamos cierta capacidad de resistencia todos terminamos por morir de amor, o más bien de falta de amor; en cualquier caso, es mortal de necesidad.
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La única manera de sobrevivir cuando estás realmente enamorado es disimularlo ante la mujer a la que amas, fingir en cualquier circunstancia un ligero desapego. ¡Qué tristeza en esta simple constatación! ¡Qué acusación contra el hombre!... Sin embargo nunca se me había ocurrido poner en duda esa ley, ni pensar en sustraerme a ella; el amor te vuelve débil, y el más débil de los dos acaba oprimido, torturado y finalmente muerto a manos del otro, que por su parte oprime, tortura y mata sin intención de hacer daño, sin sentir placer alguno por ello, con una total indiferencia; eso es lo que los hombres, por regla general, llaman amor.
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¿Qué es un perro sino una máquina de amor? Le ponen delante a un ser humano, le encargan la misión de amarlo y, por poco agraciado, perverso, deforme o estúpido que sea el ser humano, el perro lo ama.
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La vida sexual del hombre se divide en dos fases: la primera, en la que eyacula demasiado pronto, y la segunda, en la que ya no se le pone dura.
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Si el hombre ríe, si es el único, en el reino animal, que muestra esa atroz deformación facial, es también porque, superando el egoísmo de la naturaleza animal, es el único que ha alcanzado la fase infernal y suprema de la crueldad.
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a cualquier observador imparcial le resulta evidente que el individuo humano no puede ser feliz, que no ha sido concebido en absoluto para la felicidad, y que su único destino posible es propagar la desgracia a su alrededor, haciendo que la vida de los demás sea tan intolerable como la suya propia; y por lo general, sus primeras víctimas son sus padres.
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La desaparición de la ternura sigue siempre de cerca a la del erotismo.
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Juventud, belleza, fuerza; los criterios del amor físico son exactamente los mismos que los del nazismo.
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Aumentar los deseos hasta lo insoportable y a la vez hacer que satisfacerlos resultara cada vez más difícil: ése era el principio único en el que se basaba la sociedad occidental.
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El placer sexual no sólo era superior, en refinamiento y en violencia, a todos los demás placeres que la vida podía deparar; no sólo era el único placer que no va acompañado de ningún daño para el organismo, sino que, por el contrario, contribuye a mantener su máximo nivel de fuerza y de vitalidad; en realidad era el único placer, el único objetivo de la existencia humana, y todos los demás placeres —ya estuvieran asociados a la buena comida, al tabaco, al alcohol o a las drogas— no eran sino compensaciones irrisorias y desesperadas, minisuicidios que no tenían el valor de presentarse con su nombre, intentos de destruir más deprisa un cuerpo que ya no tenía a su alcance el placer único.
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«Masturbarse es hacer el amor con alguien a quien se quiere de verdad»: la frase se había atribuido a diversas personalidades, desde Keith Richards hasta Jacques Lacan;
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 Michel Houellebecq

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