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Poemas de Hèctor Rojas Herazo

LA CASA ENTRE LOS ROBLES

A un ruido vago, a una sorpresa en los armarios,
la casa era más nuestra, buscaba nuestro aliento
como el susto de un niño.
Por sobre los objetos era un tibio rumor, una espina, una mano,
cruzando las alcobas y encendiendo su lumbre furtiva en los rincones.
El sonido de un hombre, el retrato, el reflejo del aire sobre el pozo
y el día con su firme venablo sobre el patio.
Más allá las campanas, el humo de los cerros
y en un dulce y liviano confín, entre la brisa,
el pájaro y el agua levemente cantando.

Todos allí presentes, hermano con hermana,
mi padre y la cosecha,
el vaho de las bestias y el rumor de los frutos.

Adentro, el sacrificio filial de la madera
sostenía la techumbre.

Una lluvia invisible mojaba nuestros pasos
de tiempo rumoroso, de fuerza, de autoridad y límite.

Pasaba el aire suavemente, buscaba sombras, voces que derramar
respiraba en los lechos, dejaba entre los rostros su ceniza dorada.

Era entonces el día de hojas, de potente zumbido,
el día para el cántaro, la miel y la faena.

Como un don de reposo llegaba a nuestro cuerpo
la noche con su carga de remotas espigas.
Nuestro pan de anhelado resplandor,
nuestro asombro
y las lámparas derramando sus ángeles sin prisa en los espejos.

Como un hombre que anhelara su parte,
su sitio en nuestra mesa,
el viento dulcemente flotaba en los manteles.

La quietud de los muebles, las voces, los caminos
eran todo el silencio de la noche en el mundo.

Llenando de inaudible presencia las paredes,
habitando las venas de pie frente a las cosas.

Buscaban nuestras manos un calor circundante
e indagaban los ojos otra piel impalpable.

Algo de Dios, entonces, llegaba a las ventanas
algo que hacía más honda la brisa entre los árboles.


GUERRERO ENTRE LA LUZ

Se despojó del casco
e hizo flotar sus cabellos frente al asombro de los mancebos.
Una lenta música descendía de su cuerpo
envolviendo en húmeda lejanía
sus sandalias guerreras.
En la noche llegarían los emisarios
con los escudos agobiados por la vendimia de la victoria.
Y alzarían la hoguera de sus tiendas
donde ahora jugueteaba la arena
Con el vidrio de las armaduras.
Todos pudimos apreciar su estatura bajo los árboles.
Y miramos:
¡Qué dureza en el cielo por el empuje del verano!


LAS ULCERAS DE ADAN

La bárbara inocencia,
los ojos indecisos y las manos,
el horror de vagar sin un delito:
Y él se golpeaba el pecho, se decía,
yo suspiro otra cosa, yo quisiera,
mientras Dios, en el viento, respiraba.
Lo inventó una mañana
(en esto consistió el privilegio)
y olfateó su terror, sus crímenes, su sueño.
Entonces conoció la alegría de no ser inocente.
Y se apiadó de Dios
y lo hospedó en sus úlceras sin cielo.

HECTOR ROJAS HERAZO (1921- )

Tomado de www.cyberhumanitatis.uchile.cl/17/colombia1.html

3 comentarios

Anónimo -

putasssssssss

max -

para ser sincero apestan ok
:o
carajoooooooooo
no pasa ok
okas
un correo es pepovich1@hotmail.com

Anónimo -

mueranseeeee carajooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo ^-^
:D .