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El habitante

El habitante Para un verdadero escritor, lo más difícil es escribir. También lo más gozoso. En ningún caso se habla de “inspiración” o de mera facilidad. Se habla de esperanza en la desolación de rigor secreto, de ponderada alegría. Terror a esas cláusulas trotonas. Hay que tascarlas para que no se desmanden, para que no rieguen la carga en el camino.

Espina para clavar en tus sienes.

Y me voy a morir- tú bien
Lo sabes-
A morirme de barro bien usado, a morirme de risa repentina,
de risa de estar vivo como un hombre.
¿Para qué me trajeron cabestreado
por rosas y rosales y escaleras?
¿Para qué me pusieron estos ojos
y estas manos sin aire
y estas venas?
¿Para qué me pusieron tanta lumbre
tanto donde escoger y tanto frío?
Me dan risa este día y esta hora
Y esta rosa en su tiesto y este muro
Que me grita su yedra y su volumen.
Me da risa la tierra y mis dos piernas,
Las ganas de morirme en que me pudro.
El aire que respiro me da pena.
Pena de coliflor, risa de nada.

Hèctor Rojas Herazo.
Señales y garabatos del habitante.

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