Oberòn o el conocimiento autentico .
El auténtico sabor del conocimiento va asociado del modo más preciso en mi mente con el solar vacío de la esquina en el nuevo barrio, donde me transplantaron a la edad de diez años. Allí, cuando llegaban los días otoñales y nos reuníamos en torno a la hoguera a asar pajaritos y patatas en las latitas que llevábamos con nosotros, surgía otra clase de charlas, diferentes de las antiguas en que sus orígenes eran siempre librescos. Alguien acababa de leer un libro de aventuras, o un libro científico, e inmediatamente toda la calle se animaba con la introducción de un tema hasta entonces desconocido. Podía ser que uno de aquellos chicos acabara de descubrir la existencia de la corriente japonesa e intentase explicarnos cómo se formó y cuál era su efecto. Ese era nuestro único modo de aprender las cosas: recostados contra la valla, por decirlo así, mientras asabamos pajaritos y patatas. Aquellos retazos de saber penetraban profundamente... tan profundamente, de hecho, que más adelante, confrontados con conocimientos más exactos, muchas veces resultaba difícil desalojar los antiguos.(...) Tampoco me parece extraño ahora que en aquellos días la mayoría de nuestras conversaciones versaran sobre lugares remotos, (...) mil y un objetos que nunca mencionaban en la casa ni en la escuela y que eran de vital importancia para nosotros porque estabamos hambrientos de saber y el mundo estaba lleno de maravilla y misterio y, sólo cuando nos reuniamos en el solar vacío tiritando, nos poníamos a hablar en serio y sentíamos necesidad de comunicación, aun tiempo agradable y aterradora.
La maravilla y el misterio de la vida... ¡que sofocan en nosotros cuando nos convertimos en miembros responsables de la sociedad ¡ Hasta que nos obligaron a trabajar, el mundo era muy pequeño y vivíamos en su periferia, en la frontera , por decirlo así, de lo desconocido. Un pequeño mundo griego que, sin embargo, era lo bastante profundo para proporcionar toda clase de variaciones, toda clase de aventuras y especulaciones. Tampoco era tan pequeño, ya que tenía en reserva las posibilidades más ilimitadas. Nada he ganado con la ampliación de mi mundo: al contrario, he perdido. Quiero volverme cada vez más infantil y superar la infancia en la dirección contraria. Quiero desarrollarme en sentido exactamente contrario al normal, pasar a un reino superinfantil del ser, que será absolutamente demencial y caótico, pero no como el mundo que me rodea. He sido adulto, padre y miembro responsable de la sociedad. Me he ganado el pan de cada día. Me he adaptado a un mundo que nunca fue mío. Quiero abrirme paso a través de este mundo más amplio y encontrarme de nuevo en la frontera de un mundo ignoto que arroje a las sombras este mundo descolorido, unilateral. Quiero pasar de la responsabilidad de padre a la irresponsabilidad de hombre anárquico , al que no se puede someter, sobornar ni calumniar. Quiero adaptar como guía a Oberón, el jinete nocturno que, bajo sus negras alas desplegadas, elimina tanto la bellleza como el horror del pasado; quiero huir hacia una aurora perpetua con una rapidez y una inexorabilidad que no permita el pesar, la lamentación ni el arrepentimiento. Quiero sobrepasar al hombre inventivo, que es un azote de la tierra, para encontrarme de nuevo ante un abismo infranqueable que ni siquiera las alas más robustas me permitan atravesar. Aun cuando deba convertirme en un parque salvaje y natural habitado sólo por soñadores ociosos, no he de detenerme a descansar aquí, en la estúpidez ordenada de la vida adulta y responsable. He de hacerlo en memoria de una vida que no se puede comparar con la que se me prometió, en memoria de la vida de un niño al que sofocó y asfixió la aquiescencia mutua de los que habían cedido. Repudio todo lo que los padres y las madres crearon. Regreso a un mundo más pequeño aún que el helénico, un mundo que siempre puedo tocar con los brazos extendidos, el mundo de lo que sé, veo y reconozco de un momento a otro. Cualquier otro mundo carece de sentido para mí y es ajeno y hostil. Al volver a atravesar el mundo luminoso que conocí de niño, no deseo descansar en él, sino abrirme paso a la fuerza hasta un mundo más luminoso del que debo de haber escapado. Cómo será ese mundo, no lo sé, ni estoy seguro siquiera de poder encontrarlo, pero es mi mundo y ninguna otra cosa me intriga.
Henry Miller.
Trópico de Capricornio.
La maravilla y el misterio de la vida... ¡que sofocan en nosotros cuando nos convertimos en miembros responsables de la sociedad ¡ Hasta que nos obligaron a trabajar, el mundo era muy pequeño y vivíamos en su periferia, en la frontera , por decirlo así, de lo desconocido. Un pequeño mundo griego que, sin embargo, era lo bastante profundo para proporcionar toda clase de variaciones, toda clase de aventuras y especulaciones. Tampoco era tan pequeño, ya que tenía en reserva las posibilidades más ilimitadas. Nada he ganado con la ampliación de mi mundo: al contrario, he perdido. Quiero volverme cada vez más infantil y superar la infancia en la dirección contraria. Quiero desarrollarme en sentido exactamente contrario al normal, pasar a un reino superinfantil del ser, que será absolutamente demencial y caótico, pero no como el mundo que me rodea. He sido adulto, padre y miembro responsable de la sociedad. Me he ganado el pan de cada día. Me he adaptado a un mundo que nunca fue mío. Quiero abrirme paso a través de este mundo más amplio y encontrarme de nuevo en la frontera de un mundo ignoto que arroje a las sombras este mundo descolorido, unilateral. Quiero pasar de la responsabilidad de padre a la irresponsabilidad de hombre anárquico , al que no se puede someter, sobornar ni calumniar. Quiero adaptar como guía a Oberón, el jinete nocturno que, bajo sus negras alas desplegadas, elimina tanto la bellleza como el horror del pasado; quiero huir hacia una aurora perpetua con una rapidez y una inexorabilidad que no permita el pesar, la lamentación ni el arrepentimiento. Quiero sobrepasar al hombre inventivo, que es un azote de la tierra, para encontrarme de nuevo ante un abismo infranqueable que ni siquiera las alas más robustas me permitan atravesar. Aun cuando deba convertirme en un parque salvaje y natural habitado sólo por soñadores ociosos, no he de detenerme a descansar aquí, en la estúpidez ordenada de la vida adulta y responsable. He de hacerlo en memoria de una vida que no se puede comparar con la que se me prometió, en memoria de la vida de un niño al que sofocó y asfixió la aquiescencia mutua de los que habían cedido. Repudio todo lo que los padres y las madres crearon. Regreso a un mundo más pequeño aún que el helénico, un mundo que siempre puedo tocar con los brazos extendidos, el mundo de lo que sé, veo y reconozco de un momento a otro. Cualquier otro mundo carece de sentido para mí y es ajeno y hostil. Al volver a atravesar el mundo luminoso que conocí de niño, no deseo descansar en él, sino abrirme paso a la fuerza hasta un mundo más luminoso del que debo de haber escapado. Cómo será ese mundo, no lo sé, ni estoy seguro siquiera de poder encontrarlo, pero es mi mundo y ninguna otra cosa me intriga.
Henry Miller.
Trópico de Capricornio.
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