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Capitalismo

Capitalismo

Capitalismo ¿y ahora qué?

La crisis, nuestra compañera fiel desde hace cuatro años ya, lo ha llevado a la cuerda floja. Y ahí nos debatimos. Sin saber si optar por el capitalismo y sus conocidos males o por las supuestas bondades de no sabemos qué.


El capitalismo, como toda mutación humana, surge en la sociedad al perseguir un incentivo que mejorase las expectativas de las gentes. El capitalismo es consecuencia del primitivo instinto humano hacia el intercambio, que desde el siglo XIX pasó a ser una fuerza arrolladora en las sociedades más avanzadas y fue desplazando a cualquier otra organización productiva anterior. Pronto el nuevo sistema capitalista mostró excesos en su aplicación que generaron la crítica integral al mismo o, en todo caso, el reformismo de su evolución. A pesar de todo, contenía tales eficiencias en su funcionamiento que deslumbraba por su avance contundente, y hasta los más críticos del sistema preferían vivir en sociedades capitalistas sobre cualquier otra opción, para desde allí cuestionar el sistema.
Ahora, la crisis que comenzara en 2008 nos hace pensar sobre las imperfecciones del sistema o sobre su hipertrofia, o acerca de su alarmante propensión a caer en ciclos depresivos que desconciertan a los pueblos que aspiran a una vida estable. Al capitalismo le conviene pensar sobre sí mismo y, tal vez, concebir una próxima mutación social que no fracase como lo han hecho las anteriores alternativas.

La síntesis del concepto
 El capitalismo es la última etapa, hasta ahora, entre los modelos de vida económica que el hombre ha adoptado.
 Está vinculado a la elección de la libertad individual como valor preferente.
 Surge de forma natural a partir de la permisividad de la propiedad privada.
 En el capitalismo, la propiedad privada tiende a perpetuarse, crecer, con el incentivo de la propia acumulación: es un signo de la condición humana.
 Los individuos buscan, incluso antes que la acumulación de propiedad, el disfrute de seguridad; el capitalismo ofreció a la gente la relativa seguridad de un empleo con una remuneración regular que por escasa que fuera constituía un gran avance sobre la esclavitud o la mendicidad.
 Pero el capitalismo no fue una realidad, aun con los incentivos que ofrecía, hasta que una innovación se instaló en el modo de actuar humano: la división del trabajo y, después, la producción seriada mediante una generación de máquinas de eficiencia inimaginable.
 Se confirma una vez más que nada llega a promover una mutación de los modelos sociales si no hay una innovación significativa que facilite y estimule el cambio.


La inspiración teórica sobre el modelo capitalista
Si tuviéramos que simplificar la dialéctica que el capitalismo ha suscitado, habría dos pensadores que han alimentado toda argumentación: Adam Smith y Karl Marx.
Quizás no hablaron de lo mismo, ni siquiera eran coetáneos, después han sido reforzados o rectificados por sus seguidores en direcciones complejas, pero cada uno de ellos fijaron las referencias:
- Smith narró una mecánica social, basada en la naturaleza humana: impulsada hacia la libertad, hacia la búsqueda de la utilidad mediante una continua reconsideración de lo que se produce, cómo se produce y dónde se vende lo producido: el mercado. Allí se gestan los éxitos, los fracasos y los cambios; fija el destino de los recursos disponibles bajo la orientación del mayor beneficio esperado.
- Marx puso su sensibilidad en las consecuencias del capitalismo como modo de producción. Mediante una respetable exégesis histórica propone una evolución predeterminada que acabará rescatando la propiedad privada para la colectividad; recuperando la plusvalía que el modelo capitalista utilizaba como incentivo del sistema y emancipando a la base social más amplia –el colectivo trabajador– para otorgarle la dirección de un nuevo estadio histórico que sustituiría a la degeneración del capitalismo. Nadie puede dudar de que esta posición marxista no sea más compasiva que la capitalista, pero nadie ha demostrado aún que haya un modelo más eficaz que el capitalismo para producir más bienes y repartirlos a más gente.
La realidad histórica es que el modelo capitalista ha acabado hasta ahora con cualquier otra opción de producción económica.


¿Estamos seguros del capitalismo que nos conviene?
El capitalismo ha sido y es el escenario de nuestras vidas; ha construido el mundo que conocemos. Tal vez no estemos seguros de qué pensar sobre el capitalismo o lo quisiéramos cambiar... ¿Hasta el punto de que dejara de ser el terreno de juego para la economía? ¿Hay alternativas más seguras y capaces de hacer razonablemente felices a la sociedad?

¿Quién ha sentenciado que la cantidad de bienes y su redistribución sea un bien absoluto? ¿Por qué no asumir como preferible una sociedad más pobre en términos absolutos pero menos herida por las sumisiones organizativas de unos hombres ante otros? ¿Es un fin en sí mismo que el PIB universal crezca incesantemente? ¿Nos gustaría que fuera prioritario el índice de igualdad social? ¿Deberíamos reducir o eliminar el incentivo del beneficio individual? ¿Da vértigo una sociedad con mercados esterilizados o, de una vez, queremos acabar con su dictadura?

El coreano Ha-Joon Chang, especialista en desarrollo económico en la Universidad de Cambridge, premio Leonticff 2005, ha aislado las paradojas más inspiradoras que el capitalismo nos puede suscitar; los “Economistas aterrados”, profesionales que reaccionan ante la crisis de 2008; Chomsky de forma permanente enjuicia críticamente los mercados; lo hace John Gray. Y tantos otros. Sigamos los pensamientos de uno y otro lado, viendo las dos caras que tiene toda afirmación que hoy se puede hacer sobre el capitalismo. Quizás podamos escoger con facilidad nuestra respuesta o quizás validemos las dos respuestas. Y, por supuesto, seguirnos preguntando.

 

Tomado de Filosofìa Hoy

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