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Así nació y creció el fantasma del apagón

Así nació y creció el fantasma del apagón Así nació y creció el fantasma del apagón
Por: Juan Esteban Lewin, Sáb, 2016-03-12 22:49


El presidente Juan Manuel Santos, el presidente de EPM Jorge Londoño y dos ministros revisan los daños en el embalse de Guatapé el sábado 5 de marzo.
El fantasma del apagón está asustando a Colombia. A diferencia de lo que pasó en 1996, 2001 o 2009, está tan fuerte que el operador del sistema eléctrico ya pidió que haya un racionamiento y ya rodó la cabeza del ministro de Minas y Energía. Y es que esta vez no solo se ha alimentado de poca lluvia sino de un petróleo barato, un daño grave pero difícil de prever y la falta de otras fuentes de energía.

Funcionando a punta de agua
El sistema eléctrico de Colombia tiene una característica que lo hace figurar muy bien en los rankings internacionales porque es un gran indicador de ser amigable con el medio ambiente (es el 8 mejor sistema eléctrico del mundo según el último ranking del Foro Económico Mundial y el 18 en el del Consejo Mundial de Energía): el 80 por ciento de la energía viene de hidroeléctricas y solo el resto de quemar petróleo, gas o carbón.

El problema es que cuando no hay agua tampoco hay luz. Por eso, el famoso apagón del gobierno Gaviria y las amenazas del 96, el 2001 y el 2009 se dieron por fenómenos del Niño fuertes.

En el primero, hubo apagón porque no había casi termoeléctricas y estaba atrasada la gran hidroeléctrica de El Guavio, por lo que el sistema era muy frágil.

Pero después de ese apagón se reestructuró todo el sistema. Con la idea muy de la época de acabar con la planificación centralizada, se permitió el ingreso de los privados al sector. Además, se crearon entidades como la Comisión de Regulación de Energía y Gas (Creg) para que existiera un regulador que fuera autónomo del Gobierno, y la Unidad de Planeación Minero Energética (Upme), para que no se perdiera de vista la planificación a largo plazo.

Todo eso creó un mercado libre de compra y venta de energía, que en su gran mayoría funciona a través de contratos directos entre los generadores y los distribuidores, a dos o tres años. El resto, más o menos el 15 por ciento de toda la energía, la negocian en una bolsa, un precio que también sirve de referencia para los contratos directos.

Todo eso cambió pero la apuesta se mantuvo en la energía que viene de los embalses de agua. Por eso las grandes inversiones han sido represas como El Quimbo en el Huila, Urrá en Antioquia o Hidrosogamoso en Santander, mientras que el incentivo a las centrales más pequeñas o a energías alternativas como la eólica o la solar aún es marginal. Y por eso el sistema sigue siendo frágil ante el Niño y el cambio climático.

Todas las grandes hidroeléctricas funcionan con embalses que guardan el agua para irla soltando a voluntad, de tal forma que esa corriente mueva una turbina y genere energía. El problema no es que desde diciembre esté bajando el nivel de los embalses, porque en esos meses de sequía siempre se reducen, sino que en septiembre y octubre, cuando debía llover, el nivel del agua no aumentó lo suficiente por el Niño.

Y por eso ya desde septiembre, cuando se agravó la sequía, la revista Dinero sacó un número con la portada “¿Riesgo de apagón?”.

Como los embalses no estaban subiendo lo suficiente y las empresas que les compran energía para venderla a los hogares vieron que había menos oferta, el precio en la bolsa se disparó. La señal del mercado sobre la gravedad del problema fue clara: mientras en épocas normales el precio ronda los 200 pesos por kilovatio en ese momento llegó a más de 2 mil pesos.

Por eso el 20 de septiembre se activó el plan B.

El otro golpe del petróleo barato

Tomá González duró año y medio como ministro, y ha sido el Ministro de Minas y Energía que más ha durado en los dos gobiernos de Santos.
El sistema está hecho para reaccionar al Niño poniendo a trabajar más a las termoeléctricas, que normalmente operan a media marcha. Y eso fue lo que empezó a ocurrir en septiembre, cuando las termoeléctricas pasaron de producir entre el 20 y el 25 por ciento de la energía a casi el 50.

Para estos momentos difíciles, desde hace muchos años la Creg creó el famoso cargo por confiabilidad: las termoeléctricas o hidroeléctricas que puedan y quieran se comprometen a vender energía a precios bajos cuando las cosas se ponen difíciles, a cambio de recibir la plata de ese cargo (que pagan todos los consumidores). Es el equivalente a pagarle a una ambulancia por estar disponible o a un taxi para que esté esperando y preste su servicio tan pronto haya una emergencia.

Las generadoras deben usar esa plata del 'cargo por confiabilidad' para estar listas cuando se necesiten: deben hacer los mantenimientos a tiempo, actualizar los equipos, tener en su nómina los ingenieros que se requieran para operarlos.

La plata que se recoge por ese cargo ha sumado unos mil millones de dólares al año, en promedio, en los últimos 5 años. Es decir, cada año todos los consumidores de energía pagan por tener esas plantas listas el equivalente al doble del presupuesto del Valle para este año o a unas 20 veces lo que vale el programa Ser Pilo Paga.

Esas 'ambulancias' empiezan a operar cuando en la bolsa el precio supera un índice llamado “precio de escasez”, que sirve como alarma para mostrar que el precio está muy alto. Es decir, que no se está generando lo suficiente.

Cuando la Creg lo créo hace una década decidió amarrarlo al del precio del fuel oil #6 en el puerto de Nueva York: cuando en Colombia se está vendiendo la energía a precios más altos que ese combustible en Nueva York, las termoeléctricas deben empezar a funcionar a todo vapor. Y la energía que producen la deben vender a un precio de bolsa que es menor a ese precio de escasez.

El problema es que la venta de ese combustible en Nueva York refleja otro mercado (se vende para refinerías y en otro país), por lo que no necesariamente es un buen espejo al cual mirarse: el costo de generar de las termoeléctricas acá no depende de la venta de ese fuel oil en Estados Unidos.

De hecho, inicialmente las termoeléctricas estaban preparadas para consumir gas. Pero como desde 2006 quedó claro que a mediano plazo habría poco gas en el país, la Creg empezó a facilitar que operaran también con diésel - en esa época, por ejemplo, amarró el precio de escasez al fuel oil #6 porque encontró que todas las térmicas podrían usarlo para generar energía a precios rentables.

Aunque muchas térmicas se prepararon para poder usar combustibles como fuel oil o diésel, el gas seguía siendo más barato y lo sigueron usando. Pero, ante la carencia cada vez mayor de gas natural (los grandes campos frente a La Guajira se están agotando, Venezuela no ha cumplido su promesa de exportar y la planta regasificadora de Cartagena se demora hasta diciembre para poder proveer a las térmicas de la región), ahora están funcionando con diésel.

El problema es que el diésel subió de precio por el cierre de la frontera por Venezuela en agosto del año pasado, justo cuando estaba arrancando el Niño, lo que hizo que de golpe aumentara la demanda por diésel (porque el contrabandeado desde Venezuela salió del mercado).

Además, como el rìo Magdalena estaba seco, las barcazas con diesel tenían que salir más livianas de la refinería de Barrancabermeja, lo que obligó a más viajes, y a que todos fueran más caros. Aunque el Ministerio decidió importar diésel por Buenaventura para Termoemcali y Termovalle, y ahora está llegando en carrotanques desde la Refinería de Cartagena, eso hizo subir en mil pesos el galón.

En contraste, el fuel oil estaba bajando en todo el mundo por cuenta de la caída en los precios del petróleo. Por eso, el precio de escasez bajó de alrededor de 450 pesos por kilovatio a unos 300 pesos, mientras que la de generar está entre 500 y 700.

Eso ha llevado a las termoeléctricas a perder más de 300 mill millones de pesos mensuales desde septiembre, cuando tuvieron que ponerse a operar a toda. Y fue el último empujón para la quiebra de Termocandelaria, que había sido tan mal manejada que mientras las demás térmicas siguen trabajando aunque a pérdida, ésta tuvo que ser intevenida por la Superintendencia de Servicios Públicos en noviembre y solo en febrero logró volver a producir a toda su capacidad.

Para aliviar el problema financiero de las térmicas y evitar que empezaran a fundirse cuando más se necesitan, a inicios de noviembre el entonces ministro Tomás González decidió subir el precio de escasez de las plantas diésel de 300 a 470 pesos, lo que les permitió a estas aumentar el cobro en 6 o 7 pesos por kilovatio en estrato uno y 2.900 en estrato seis. Es decir, los consumidores empezaron a ayudar a que las térmicas sobreaguaran - pero, aunque se redujeron las pérdidas de las termoeléctricas, la mayoría sigue trabajando sin lograr el a punto de equilibrio.

Ese aumento en el precio de escasez solo va hasta el 28 de abril, y hay que ver si la actual ministra encargada, María Lorena Gutiérrez, lo mantiene. De lo contrario, las termoeléctricas pueden terminar quebradas.

En todo caso, las termoeléctricas solo tienen la capacidad para producir más o menos la mitad de toda la energía que demanda el país, por lo que más allá de todo este debate, las hidroeléctricas siguen siendo fundamentales. Y están en muy mala situación.

Todo mal

La super ministra María Lorena Gutiérrez quedó encargada del sector mientras Santos encuentra un ministro
Con las hidroeléctricas con poca agua, la entrada en funcionamiento de El Quimbo (de propiedad de Emgesa) se volvió una decisión fundamental para alejar el fantasma del apagón.

En junio la compañía empezó a llenar el embalse, pero un mes y medio después el Tribunal Administrativo del Huila ordenó suspenderlo por un riesgo de contaminación de las aguas. En las semanas siguientes empezó el fenómeno del Niño y por eso la presión para tener esa nueva hidroeléctrica empezó a crecer, y en octubre , por la emergencia económica decretada tras el cierre de la frontera en Venezuela, el Gobierno sacó un decreto reabriendo la represa con el argumento de que tenía que hacerlo para que el río Magdalena tuviera más agua y se pudieran sacar las exportaciones de carbón de Santander por esa vía.

Pero la pelea creció: el 10 de diciembre, menos de una semana antes de salir a vacaciones judiciales, la Corte Constitucional tumbó el decreto, y el 16 de diciembre Emgesa paró las turbinas.

Aunque el Ministerio pidió al Tribunal levantar la suspensión, las vacaciones impidieron que se pronunciara, por lo que el Ministerio presentó una tutela el 24 de diciembre. El 7 de enero un juez le dio la razón y el 11 de enero la hidroeléctrica volvió a generar, una noticia que produjo alivio en el sector:

Con El Quimbo andando y las termoeléctricas produciendo, el fantasma del racionamiento parecía lejano. Y como el problema en últimas es de dependencia del agua y de falta de ella, en ese momento no era mucho más lo que se podía hacer.

Pero el daño en Guatapé, una hidroeléctrica de EPM, el 15 de febrero dejó al país con 10 por ciento menos de energía y al borde del racionamiento.

En esa central antioqueña, que produce energía directamente y además libera las aguas para alimentar otros dos embalses (La Playa y San Carlos), se quemaron dos cables que dejaron inservibles las turbinas. Y eso no solo deja esa central sin funcionar sino que también hace muy difícil sacarle el agua al embalse.

Dos semanas después Termoflores (una central de Celisa ubicada en Barranquilla) se dañó y se redujo la energía que se puede generar en otro 4 por ciento.

Por eso, el plan A de hacer energía con agua está muy maltrecho, el plan B anda pero en muletas y el plan C, importar energía de Ecuador y permitirle a las industrias generar su propia energía y vender lo que les sobre, no alcanza a matar el fantasma porque no completa todo lo que hace falta.

Aunque existe un Plan D, el llamado plan de desabastecimiento que creó la Creg en 2014, como no hay cómo producir más energía, tampoco sirve.

Por eso el fantasma solo desaparecerá si se gasta menos mientras los embalses se recuperan y Guatapé puede volver a funcionar, lo que ocurrirá a un cuarto de su capacidad hacia mayo.

Hacia el futuro, lo que está claro es que el sistema es frágil frente al Niño, porque depende mucho del agua y no tiene un colchón tan grande entre la energía que puede ofrecer en caso de necesidad, y la que se consume ordinariamente.

Si bien los lados flacos de la producción de energía en el país no los podía solucionar un solo ministro en dos años (salvo quizás haber arrancado la campaña de ahorro mucho antes), debido a que ejecutar proyectos en ese sector es una tarea de largo aliento, lo cierto es que en los ocho años de Uribe y los seis que lleva Santos el país hubiera podido avanzar mucho para atajar una crisis de estas avanzando en diversificar las fuentes, en asegurar más gas y en tener más capacidad de generación con agua y eso no sucedió.

Mientras tanto, el fantasma del apagón seguirá recorriendo el país.


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