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Dámaso Alonso

Dámaso Alonso

Viaje

...Cabellera era de tenes

la tarde. Y era una sed

de rutas la mar salada.

 

Y a mi corazón le dije

-como a un perro - :

                                 "¡Vamos!¡Hola!"

 

...A mi corazón, que estaba

latiendo y llorando, sordo,

sobre la tierra desnuda

y desolada.

***

Los contadores de estrellas.

Yo estoy cansado.
                           Miro
esta ciudad
                 -una ciudad cualquiera-
donde ha veinte años vivo.

 

 

Todo está igual.
                       Un niño
inútilmente cuenta las estrellas
en el balcón vecino.

Yo me pongo también-
Pero él va más deprisa: no consigo
alcanzarle:
               Una, dos, tres, cuatro,
cinco...

No consigo
alcanzarle: Una, dos...
 tres...
     cuatro...
                cinco...

***

Manos


Manos, interjecciones en el día,
punzón de la palabra, roedoras
del cadáver del viento, exploradoras  
de su mansión de alada geometría.

Manos palapantes, que en la sombra fría,
a seno, mármol, flor duráis las horas,
evocando a otra luz, desveladoras,
la atónita belleza, que dormía.

Manos que a pleno sol vais nocherniegas,
garzas entre las bruma del instinto,
frenesí de expresar lo zahareño.

Manos, tristes de tacto; lindes ciegas
de nuestro melancólico recinto.
Oh torpes manos, límites del sueño.

***

La muerte
Sombra fue esa creciente de ternura,
que te ciñó como las aguas altas
cuando buscan apoyo las espigas.
No la temas. Los vientos han cedido.

¡Volar, sentir la soledad de un sueño!
¡Pasar sin roce por las mismas aguas
donde, sueño también, antes bogábamos!
Llegar hasta aquel cielo... aquellas eras...
aquella luz punzante... cuando niños:
corrían hacia le álamo los potors
-¡qué fresco!- matinales... y la hierba...
y el agua oculta para sed de amores.
¡Volar a contrarrío hasta las fuentes
más cálidas: su mano y aquel beso!
¡Volar, sentir la irradiación de todo
y el centro riguroso de la vida!

...Cuando la enorme fuerza nos arrastra,
cuando la fría máquina sin sangre
hacia otro sol más fuerte nos inmola.

 ***

Mujeres
Oh blancura. ¿Quién puso en nuestras vidas
de frenéticas bestias abisales,
este claror de luces siderales,
estas nieves, con sueño enardecidas?

Oh dulces bestezuelas perseguidas.
Oh terso roce. Oh signos cenitales.
Oh músicas. Oh llamas. Oh cristales.
Oh velas altas, de la mar surgidas.

Ay, tímidos fulgores, orto puro,
¿quién os trajo a este pecho de hombre duro,
a este negro fragor de odio y olvido?

Dulces espectros,nubes, flores vanas...
¡Oh tiernas sombras, vagamente humanos,
tristes mujeres, de aire o de gemido!

 

***

Viento de noche

El viento es un can sin dueño
que lame la noche inmensa.
La noche no tiene sueño.
Y el hombre, entre sueños, piensa.

Y el hombre sueña, dormido,
que el viento es un can sin dueño,
que aùlla a sus pies tendido
para lamerle el ensueño.

Y aùn no ha sonado la hora.

La noche no tiene sueño:
¡alerta, la veladora!

***
Vida

Entre mis manos cogì
un puñadito de tierra.
Soplaba el viento terrero.
La tierra volviò a la tierra.

Entre tus manos me tienes,
tierra soy.
          El viento orea
tus dedos, largos de siglos.

Y el puñadito de arena
-grano a grano, grano a grano-
el gran viento se lo lleva.


***
Preparativos de viaje

Unos
se  van quedando estupefactos,
mirando sin avidez, estùpidamente, màs allà, cada vez màs allà,
hacia la otra ladera.

Otros
voltean la cabeza a un lado y otro lado,
sì, la pobre cabeza, aùn no vencida,
casi
con gesto de dominio,
como si no quisieran perder la ùltima pàgina de un libro de aventuras,
casi con gesto de desprecio,
cual si quisieran
volver con despectiva indiferencia las espaldas
a una cosa apenas si entrevista,
mas que no va con ellos.

Hay algunos
que agitan con angustia los brazos por fuera del embozo,
cual si en torno a sus sienes espantaran tozudos moscardones azules,
o cual si bracearan en un agua densa, poblada de invisibles medusas.

Otros maldicen  a Dios,
escupen al Dios que les hizo
y las cuerdas heridas de sus chillidos acres
atraviesan como una pesadilla las salas insomnes del hospital,
hacen oscilar como un viento sutil
las alas de las tocas
y cortan el torpe valio del cloroformo.

Algunos llaman con dèbil voz
a sus madres,
las pobres madres, las dulces madres
entre cuyas costillas hace ya muchos años que se pudren las tablas del ataùd.

Y es muy frecuente
que el moribundo hable de viajes largos,
de viajes por transparentes mares azules, por archipièlagos remotos,
y que se quiera arrojar del lecho
porque va a partir el tren, porque ya zarpa el barco.
(Y entonces se le hiela el alma
a aquellos que rodean al enfermo. Porque comprenden.)

Y hay algunos, felices,
que pasan de un sueño rosado, de un sueño dulce, tibio y dulce,
al sueño largo y frìo.
Ay, era ese engañosos sueño,
cuando la madre, el hijo, la hermana
han salido con enorme emociòn, sonriendo, temblando, llorando,
han salido de puntillas,
para decir :"¡Duerme tranquilo, parece que duerme muy bien!"
Pero, no: no era eso.

...Oh, sì; las madres lo saben muy bien: cada niño se duerme de una manera distinta...

Pero todos, todos se quedan
con los ojos abiertos.
Ojos abiertos, desmesurados en el espanto ùltimo,
ojos en guiño, como una saturna broma, como una mueca ante un panorama grotesco,
ojos casi cerrados, que miran p0r fisura, por un trocito de arco, por el segmento inferior de las pupilas.

No hay mirada màs triste.
Sì, no hay  mirada màs profunda ni màs triste.

Ah, muertos, muertos, ¿què habeìs visto
en la esquinada cruel, en el terrible momento del trànsito?
Ah, ¿què habeìs visto en ese instante del encontronazo con el camiòn gris de la muerte?

No sè si cielos lejanìsimos de desvaìdas estrellas, de lentos cometas solitarios hacia la torpe nebulosa inicial,
no sè si  un infinito de nieves, donde hay un rasto de sangre, una huella de sangre inacable,
ni si el frenètico color de una inmensa orquesta convulsa cuando se descuajan los orbes,
ni si acaso la gran violeta que esparciò por el mundo la tristeza como un largo perfume de enero,
ay no sè si habeìs visto los ojos profundos, la faz impenetrable.
Ah, Dios mìo, Dios mìo, ¿què han visto un instante esos ojos que se quedaron abiertos?

***
A Pizca

Bestia que lloras a mi lado, dime:
¿Què dios huraño
te remueve las entrañas?
¿A quièn o a què vacìo
se dirige tu anhelo,
tu oscuro corazòn?
¿Por què gimes, què husmeas, què avizoras?
¿Husmeas, di, la muerte?
¿Aullas a la muerte,
proyectada, cual otro can famèlico,
detràs de mì, de tu amo?
Ay, Pizca,
tu terror es quizà sòlo el del hombre
que el bieldo enarbolaba,
o el horror a la fiera
màs potente que tù.
Tù, sì, Pizca; tal vez lloras por eso.
Yo, no.

Lo que yo siento es
un horror inicial de nebulosa;
o ese espanto al vacìo,
cuando el ser se disuelve, esa amargura
del astro que se enfrìa entre lumbreras
màs jòvenes, con frìo sideral,
con ese frìo que termina
en la primera noche, aùn no creada;
a esa verdosa angustia del cometa
que, antorcha aùn, como oprimida antorcha,
invariablemente, indefinidamente,
cae,
pidiendo destrucciòn, ansiando choque.
Ah, sì, que es màs horrible
infinito caer sin dar en nada,
sin nada en que chocar. Oh, viaje negro,
oh, poza del espanto:
y cayendo, caer y caer siempre.

Las sombras que yo veo tras nosotros
tras tì, Pizca, tras mì,
por las que estoy llorando,
ya ves, no tienen nombre:
son la tristeza original,
son la margura
primera,
son el terror oscuro,
ese espanto en la entraña
de todo lo que existe
(entre dos noches, entre dos simas, entre dos mares),
de ti, de mì, de todo.
No tienen, Pizca, nombre, no ; no tienen nombre.

Dámaso Alonso.

Antología Poética.

Alianza Editores S.A., Madrid, 1979.

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