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Autoretrato de Dorian Gray.

Autoretrato de Dorian Gray.

Descubrí El retrato de Dorian Gray a los dieciseis años, en la biblioteca del colegio, atraído más por el lado fantástico de la historia(un hombre que nunca envejece, sino que lo hace un cuadro suyo oculto en algún lugar de su casa), que por tener noción de quién era Wilde, igual que me pasó con La piel de zapa de Balzac.
Para entonces yo era un devorador de novelas de aventura del siglo diecinueve, sobre todo Verne y Salgari y en menor medida Stevenson y los folletines rocambolescos, así que no se me hizo ajeno el escritor dublinés.
Tomé el pequeño tomo y me lo llevé a casa.
La conmoción fue total, desde el prefacio,pero sobre todo el segundo capítulo de la novela, aquél donde Lord Henry destila sus palabras sobre un suave niñato llamado Dorian Gray.
La idea de un nuevo hedonismo que borrara la sórdidez que parecía atenazar el mundo alrededor, se irguió como una válvula de escape, pero no un hedonismo cualquiera de placeres manoseados, tristemente deslucidos, sino una concepción alejada de la negación de la carne del cristianismo y mucho más lejos aún de la canibalización del cuerpo y de la piel a la que nos tienen acostumbrados la publicidad y los medios. Se trataba de asimilar cuerpo y espíritu, manteniendo a raya los remordimientos propios de un adolescente solitario, y borrar cualquier aprehensión hacia un posible contacto...
La obra de arte desligada de cualquier reproducción técnica, el artista visto como un ser absolutamnete inútil al que, sin embargo, la sociedad debe mantener, el arte mismo desprevenido de cualquier afán moralista y ya ni siquiera como expresión individual pues se tornaba tan absoluto que debía revelar el arte y ocultar al artista.
Los pecados secretos que Dorian Gray llevaba a cabo, la escapatoria total de la sociedad dentro de la sociedad misma, en su propio interior, tornaban a Wilde en un transgresor. Su dandismo, exacerbación a la inversa del polo de los negadores del consumismo médiatico neoliberal y globalizante, mostrándo cuán arrogante puede ser el artista al situarse por encima de las conveniencias y demostrar que él mismo puede convertirse en parte del arte.
Durante algún tiempo enarbolé la bandera de la inutilidad de otorgar razones a las cosas que hacemos y que nuestras motivaciones tienen que ser definitivamente egoístas, individuales y plenas.
Pero yo, al igual que Dorian Gray, al igual que el mismo Wilde quizás, tenía remordimientos, temía llegar demasiado lejos y terminé por engañarme diciendome que las posibilidades infinitas del hombre eran imposibles.
Dorian Gray se enreda en su propio juego, se prodiga una comodidad que lo aísla del sufrimiento , ya ni siquiera es capaz de engañar a una joven campesina ni de estrujarla con sus dedos como antaño hiciera con Sybil.
El crimen más motivante, el parricidio en contra del creador de su retrato queda consumido en puras formúlas paradojales, y la variación del crimen hacia Lord Henry queda descartada por motivos de economía: ¿qué provecho hay en eliminar aquello que hemos superado?...Sobre todo que nunca en toda la novela Dorian piensa en asesinar a Lord Henry...
Al final Dorian Gray decide destruirse a sí mismo, al igual que todos los demás, sólo que Dorian lo hizo de una manera definitiva mientras nosostros nos vamos diluyéndo poco a poco, borrándose nuestra imagen como una foto vieja...

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